miércoles, 14 de agosto de 2013

Capítulo 3

Urmont.


No sé cómo acabamos en aquel lugar. Aquel hombre no nos inspiraba ninguna confianza. Sabíamos que no podíamos hacer nada para hacernos cazarrecompensas, no en aquel momento por lo menos. Pero tampoco queríamos meternos en problemas ni en asuntos turbios el primer día que llegamos a la ciudad.

Aún así allí estábamos. En aquel sótano poco iluminado y rodeados de personas de aspecto sospechoso. Tras pensarlo un poco, aunque no lo suficiente, Brand y yo decidimos escuchar la propuesta de aquel hombre. Le seguimos por callejones, sucios y estrechos, cada vez más lejos del centro de la ciudad. Después de andar unos minutos llegamos a una calle que no tenía salida. Al final de ella había unas pequeñas escaleras que descendían y llevaban a aquel antro.

Solo tres lámparas mal repartidas iluminaban un poco y unas cuantas mesas cuadradas de madera con sillas a su alrededor estaban repartidas por la gran habitación. También había una alargada barra de madera, tras la cual estaba un alto camarero que no paraba de limpiar vasos de cristal con un trapo. Detrás del camarero había una gran estantería con algunas botellas anchas y sin etiqueta, además de vasos, casi todos iguales. En las mesas no había mucha gente y la mayoría estaban jugando a las cartas, pero un grupo se encontraba al fondo y estaban lanzando cuchillos a una diana.

Acompañamos a aquel hombre que se hacía llamar Urmont hasta una mesa que estaba más apartada de las demás, en una esquina. A nosotros se nos habían unido dos tipos más. Parecían jóvenes, no más de treinta años. Uno era más alto que el otro y ambos llevaban unos pantalones oscuros y camisas gastadas con las mangas subidas. El alto tenía el pelo muy corto y oscuro y estaba fumando un cigarrillo. El bajo tenía el pelo castaño, más largo y de forma irregular, además de llevar una barba poco cuidada.

Brand y yo nos sentamos enfrente de Urmont, y los recién llegados se colocaron cada uno a un lado. Yo empezaba a temerme lo peor. Aquel sitio no me gustó desde que entré y la zona de la ciudad menos. La gente que había dentro no me inspiraba más confianza que el lugar y se nos quedaron mirando un buen rato cuando entramos. Y lo peor es que Brand también comenzaba a sentirse incómodo y a veces miraba inquieto hacia los lados.

-Tranquilizaos chicos- nos dijo Urmont, que parece que se dio cuenta de nuestro nerviosismo.- No tenéis nada que temer. Estamos aquí para intentar ayudaros. Pero antes de nada, ¿queréis tomar algo?

Brand levanto la mano rechazando su oferta, pero yo me quedé pensando mi respuesta.

-Yo quiero un zumo de Hyl, por favor- dije lentamente.

Conseguir un zumo de esos me había costado mucho. Si no iba a contarlo, prefería tomarme mi bebido preferida una última vez. Pero a Brand no le tuvo que sentar muy bien, porque me lanzó una mirada fulminante.

-No sé si tendrán, pero por preguntar no perdemos nada- y después de decirlo le indicó a uno de sus acompañantes que se acercara.- Phil, pregunta a ver si tienen zumo de Hyl para este joven.

El hombre alto se dirigió a la barra e intercambió unas palabras con el camarero, el cual se puse a buscar debajo de la barra y sacó una pequeña botella de cristal que contenía un líquido rojizo y un pequeño vaso. Phil lo cogió y se dirigió a nuestra mesa.

-Solo le quedaban dos, has tenido suerte- me dijo mientras me ponía el botellín y el vaso delante.

-¿Seguro que tú no quieres nada?- le preguntó Urmont a Brand.

Brand volvió a rechazar su oferta y a mirarme con gesto de desaprobación. Pero yo me serví la mitad del zumo en el vaso sin remordimiento alguno. La botella tenía una capa de polvo considerable, lo que no me transmitía mucha confianza, pero cuando lo probé la primera vez comprobé que el zumo estaba en perfectas condiciones, y por supuesto seguía estando delicioso.

-Bueno, vamos a comenzar con los negocios- nos dijo Urmont y juntó las manos cruzando los dedos.- Imagino que ambos habéis venido aquí con la intención de convertiros en cazarrecompensas y que os habéis encontrado con el típico problema de edad. Ahora bien. Tú tienes pinta de tener edad suficiente como para entrar en el cuerpo. ¿Cuántos años tienes?

Obviamente la pregunta era para Brand. Siempre ha parecido mayor de lo que era, y su semblante serio le añadía un año o dos.

-Tengo diecisiete- se limitó a decir.

-¿Sólo diecisiete? Pareces tener diecinueve como mínimo.- dijo sorprendido.- Pero aún así, podrías haberte apuntado en la lista de ayudantes. Aunque eso significaría dejar a tu amigo solo, y no creo que quieras hacer eso. Y tú, no te lo tomes a mal chico, pero no debes de tener ni dieciséis. De lo contrario ya habríais entrado como ayudantes.

-Tiene razón. Tengo quince años- dije mientras me servía el resto del zumo en el vaso.

-Por eso os quiero proponer una solución. Tú pareces un chico fuerte y posiblemente te sepas defender bien. Nos vendría bien alguien como tú- le dijo a Brand mientras se colocaba bien las gafas de sol, y luego me miró a mí.- Y tú puedes venir con nosotros. Siempre podrás ayudarnos en labores pequeñas. Tendríais comida y un sitio seguro donde dormir. Incluso tú recibirías algo de dinero, mientras seas de ayuda. ¿Cómo has dicho que te llamabas?

-Brand, pero no recuerdo haberlo dicho- dijo rápidamente, pero después relajó su expresión.

-Y yo me llamo Tim- dije al ver que Brand ya se había presentado.

-Muy bien- dijo mientras asentía y después me miró.- ¿Y sabes cocinar? ¿Coser? ¿Lavar? Es por si puedes sernos útil.

-Yo soy mecánico- dije un poco ofendido.- Puedo arreglar casi cualquier cosa.

El acompañante más bajo comenzó a reírse pero Urmont lo paró de un codazo.

-Rel, no vuelvas a reírte de lo que dice alguien con el que estoy hablando- le dijo muy serio.- ¿Sigue Vins con el todoterreno?

-Sí, parece que se le está resistiendo.- le contestó Rel un poco avergonzado.

-Muy bien- dijo Urmont pensativo.- Creo que nos vas a demostrar a todos de lo que eres capaz, joven Tim.

Y diciendo esto se levantó y se dirigió a la barra. Yo me acabé el zumo rápidamente y también me levanté. Brand me cogió del brazo y me acercó a él.

-Ten cuidado con lo que haces. Intenta no meternos en ningún lío. No me fío nada de esos.

Yo tampoco me fiaba, pero nos ofrecían comida, un sitio donde quedarnos y algo de dinero. Me limité a asentir y los dos seguimos a Urmont y el resto. Nos llevaron a una explanada a las afueras de la zona residencial donde había varios vehículos aparcados. En un sitio apartado había un coche bastante grande y gris. Unas piernas sobresalían debajo del vehículo.

-¡Ey, Vins! ¿Sigue sin arrancar este cacharro?

De debajo del todoterreno salió un hombre más joven que lo otros dos y más bajo también, podría ser un poco más alto que yo, pero no mucho. Era rubio y tenía la cara manchada de grasa. Llevaba un mono de trabajo negro de tirantes y el izquierdo estaba roto. El mono estaba igual de manchado que su cara, y sus zapatos marrones estaban muy gastados.

-Sigue sin funcionar, jefe. Y eso que lo he tratado con cariño- dijo el joven sonriendo, lo cual me permitió ver que le faltaban un par de dientes.

-Mejor. Así nuestro joven mecánico podrá mostrarnos si de verdad puede arreglar cualquier cosa- dijo Urmont y acto seguido me indicó que me acercara al coche.

-¿Qué problema hay?- pregunté mientras me acercaba al vehículo.

-Legamos a la ciudad hace tres días. Ayer pretendíamos marcharnos, pero no arrancaba- respondió Vins.- Revisé el motor y no vi nada extraño, ahora estaba mirando si perdía combustible. Pero no he encontrado nada, y el depósito está prácticamente lleno.

Decidí revisar el motor antes de tener que tirarme al suelo y echarle un vistazo por debajo. Abrí el capó y comencé a examinar todo. Primero comprobé que en el motor no hubiera ninguna avería ni tuviera alguna pieza suelta. Después de un minuto llegué a la conclusión de que el motor estaba en perfectas condiciones, a pesar de que fuese bastante antiguo. Empecé a revisar piezas sueltas pero todas parecían estar bien. Entonces vi que unos cables que salían de debajo del motor estaban enredados con otros de la batería. Algunos estaban pelados y esto impedía que la batería hiciera buen contacto, y por lo tanto el motor no funcionaba. Una avería poco común si se cuida bien el vehículo pero fácil de arreglar. Saqué un rollo de cinta aislante de uno de los bolsillos de mi pantalón y, después de desenredar los cables, cubrí la parte rota con la cinta.

-Parece que era un problema con la batería- dije después de cerrar el capó.- Probad ahora.

Vins giró la llave, la batería se activó y el motor comenzó empezó a funcionar haciendo un ruido horrible. Parece que funcionaba gracias al arreglo que hice, aunque ese motor no iba a durar mucho.

-¿Habéis visto eso? ¡No ha tardado ni cinco minutos!- exclamó Urmont mientras aplaudía lentamente.- Hijo, eres mejor de lo que pensaba. Ambos podéis quedaros con nosotros, siempre que estéis de acuerdo.

En ese momento le lancé una mirada de preocupación a Brand, pero él me devolvió una mirada tranquilizadora y acto seguido se aclaró la garganta.

-Nos quedamos con vosotros con una condición- comenzó a decir Brand mientras levantaba la mano derecha con el dedo índice extendido.- Podemos decidir volver aquí para hacernos oficialmente ayudante en cuanto Tim cumpla los dieciséis, es decir, dentro de seis meses. Si no nos sale bien siempre podremos volver con vosotros, si así lo queréis.

-Seis meses no es mucho. Sabéis que tendréis que trabajar duro para que me salga rentable este trato, ¿no?- nos dijo Urmont pensativo.- Aún así, es una condición justa, la acepto.

Después de decir esto, Brand y yo asentimos y Urmont nos estrechó la mano a los dos. A partir de ese día, podría decirse que trabajábamos, aunque de forma ilegal, para Urmont. Para un cazarrecompensas.


Brand ya sabía por aquel entonces que aquel hombre iba a sacar provecho de aquella situación. Ya sabía que iba a explotarnos todo lo que pudiera y más. Pero era lo único que podíamos hacer, no podíamos esperar seis meses por la ciudad mendigando o buscándonos la vida en los suburbios. Además, era nuestra oportunidad de ver mundo y ganar algo de experiencia. Aún así, lo que más temía es que, llegada la hora, no nos dejaran marchar.

domingo, 30 de junio de 2013

Capítulo 2

Lanins, la Ciudad de la Justicia.



Después de dejar Alhenrir, Brand y yo decidimos que la mejor idea sería andar lo máximo posible por el arcén de la carretera que llevaba al norte hasta que tuviésemos que tomar un camino más directo hacia Lanins.

Íbamos a buen paso y decidimos que no pararíamos a dormir más de cuatro horas, por lo que sólo nos detuvimos para descansar algunas veces, otras para asegurarnos que no nos habíamos equivocado de camino y muy entrada la noche para dormir un poco alejados de la carretera. Brand no lo quería reconocer, pero tenía tantas ganas de llegar a la ciudad y convertirse en cazarrecompensas como yo.

Ya habían pasado dos horas desde que amaneció cuando paró al lado una gran camioneta gris claro. El vehículo estaba en bastante mal estado pero el conductor, de unos cincuenta años de edad, pelo canoso y piel bronceada, seguramente por trabajar horas y horas a pleno sol, tenía una amplia sonrisa en el rostro y se ofreció a llevarnos. Al parecer tenía que ir a una pequeña ciudad en el norte, cercana a la frontera con el noreste. Nos acercó por la carretera hasta la altura en la que comenzaba el camino hacia Lanins. Nos dijo que sentía no poder acercarnos hasta la ciudad pero que tenía un asunto urgente que atender, aunque supuse que tampoco tendría suficiente combustible.

Después de andar un rato comenzó a anochecer, por lo que decidimos pasar la noche un poco alejados del camino ya que estábamos bastante cansados. Después de tomar algo de lo que llevábamos, nos quedamos dormidos sin mediar palabra.

Nos despertamos con las primeras luces del día. Tras andar dos horas, nos dimos cuenta de que no llegaríamos a Lanins para esa noche, por lo que tuvimos que pararnos y buscar un buen sitio donde poder pasar la noche. Pero los mejores o estaban demasiado lejos de la ciudad y desperdiciaríamos muchas horas, o estaban demasiado cerca de ella como para llegar antes de que anocheciese al paso que íbamos.

Así que no nos quedaba otra alternativa. Teníamos que pasar la noche en el bosque llamado Edhrierlym. Sí, ya sé lo que debéis de estar pensando. Que debíamos de estar locos como para querer acampar cerca de ese bosque, y aún más para acampar dentro de él. Pero no lo estábamos. Solo éramos dos jóvenes ansiosos por cumplir nuestro sueño. Y por eso no íbamos a dejar que unas historias nos impidiesen alcanzarlo.

Aún así no éramos idiotas. Sabíamos que había que tener cuidado al estar cerca de ese bosque. Y nuestra idea era acampar entre los primeros árboles, a un lado del camino. Como acababa de pasar el invierno, necesitábamos protegernos del gélido viento de la noche. Esa es la razón por la que acampamos bajo los árboles, y no al otro lado del camino.

No paramos mucho, solo un par de veces desde que entramos en el camino. Brand se enfadó conmigo porque no llevé suficientes provisiones. Solo me quedaba algo de pan y carne y un par de botellines de zumo de bayas de Hyl. Ya sabéis, esa planta de hojas alargadas y verdes  que solo crecen en las montañas nevadas del noreste. El zumo que se hace con sus frutos, pequeños y rojos, es muy dulce y refrescante, además de ser mi preferido. Pero aún así me sobró suficiente para poder cenar bien esa noche, aunque Brand no me dirigió la palabra en un rato.

Ya entrada la tarde comenzamos a ver que el camino giraba y se acercaba al bosque y cuando empezó a anochecer ya teníamos a nuestra izquierda esos gigantescos árboles. A simple vista no parecían tan aterradores como los describían en las historias, pero al mirar más allá de los primeros árboles veías una profundidad sobrecogedora. A cualquier sitio que mirases siempre veías árboles de diferentes tamaños. Y detrás de ellos sólo había oscuridad. Por muy buena vista que tuvieras o lo mucho que alumbrases, no podías ver qué había después. La única forma de averiguarlo era adentrándose en el bosque, lo cual no era aconsejable.

Apenas nos quedaban unos minutos de luz cuando vimos a alguien echado sobre un árbol. Tenía vendas por el cuerpo y parecía estar cubierto de sangre. Iba a dirigirme hacia él cuando Band me agarró por el brazo.

-Ni se te ocurra acercarte a él- me dijo muy serio.- Lo mejor será que pasemos de largo.

-¿Por qué? Lo más seguro es que esté herido y necesite ayuda- le contesté preocupado.- No creo que sea ningún bandido.

Entonces hice un movimiento rápido con el brazo para que Brand me soltase y me dirigí a donde se encontraba aquella persona.

Cuando me acerqué lo suficiente a él pude ver que sostenía una espada en la mano derecha, agarrada al revés. Era una espada bastante grande y la hoja, que tenía una forma curva y se estrechaba por el centro, estaba completamente cubierta por vendas, exceptuando la punta. Estas vendas pasaban de la hoja al mango, del mango pasaban a su mano y de ahí al resto del brazo. Por extraño que parezca, tenía la espada sujeta a su brazo por las vendas, como si temiese a que se la arrebataran.

Me acerqué a él con cuidado y nuestros ojos se cruzaron. Tenía el pelo oscuro, un poco largo y desaliñado y le caía sobre la cara. Llevaba una chaqueta negra raída, sin la manga derecha y abierta sin nada más debajo y unos pantalones oscuros metidos en unas botas altas y también oscuras.

-Oye, ¿estás bien?- dije con un tono de preocupación en mi voz, aunque la respuesta era obvia.

-Sí- me respondió con un hilo de voz y comenzó a cerrar los ojos.

-¡No te duermas!- le grité con ansiedad.- Venga, tienes que aguantar. ¿Cuál es tu nombre? ¿Cuántos años tienes? ¿De dónde vienes? ¿Qué te ha pasado?

Entonces volvió a abrir los ojos y me miró. Aunque apenas había luz, pude ver que su ojo derecho era oscuro, marrón quizás. Pero su ojo izquierdo era azul, un azul claro como el agua de un río. Tenía la parte superior izquierda de la cara, desde debajo del ojo hasta la frente, manchada de algo que deduje que era sangre. No me pude fijar en mucho más porque empezó a ponerse en pie, ayudándose de su espada.

-Tengo diecisiete años- me dijo esbozando una sonrisa.- Del resto de preguntas no me he enterado bien, demasiado rápido para mí. ¿Quiénes sois?

-Me llamo Tim- dije mientras me giraba para buscar a mi compañero.- Y él es Brandom. Brand para los a...

-¡Ya basta, Tim!- me ordenó y le dirigió una mirada severa al desconocido.- Creo que eres tú el que debes responder ¿Qué hacías aquí tirado? ¿Quién eres? ¿Qué te ha pasado?

-Otra vez- dijo suspirando.- ¿Por qué me hacéis tantas preguntas seguidas?

El desconocido sonrió y yo le devolví una sonrisa. Pero el rostro de Brand seguía igual de serio y sus ojos solo decían una cosa: contesta.

-Está bien. Os responderé a algunas preguntas ya que habéis tenido el detalle de pararos a ver cómo se encontraba un desconocido que estaba a un lado del camino con un aspecto lamentable, además de ir armado- dijo sonriendo, pero luego hizo una mueca de dolor.- Bueno, respondiendo a tu primera pregunta, estaba descansando al borde del camino, disfrutando de la tranquilidad de la noche.

-Déjate de bromas- le dijo Brand.- Por si no te das cuentas estamos intentando ayudarte. No sé si te has visto, pero tienes un aspecto lamentable. Así que respóndenos sinceramente.

Parece ser que el tono con el que se lo dijo Brand convenció a aquel chaval, pues dejó de sonreír y miró al suelo.

-Vengo del interior del bosque. Tenía pensado ir a buscar ayuda cuando saliese, pero llegar hasta aquí me ha tomado más tiempo del que pensé. Y cómo ya estaba agotado y las heridas empezaban a molestarme, más de la cuenta, decidí descansar un rato. Quizás toda la noche.

-¿Esas heridas te las han hecho las bestias del bosque?- pregunté sin dejar de mirarle de arriba abajo.

Me fijé en que tenía el torso cubierto también de sangre y tres heridas visibles y recientes. Dos en el pecho y una en el costado derecho.

-No, estas heridas son de un combate que he tenido. Pero mucho más al norte- dijo lentamente e hizo una pausa, como si estuviese buscando las palabras.- Me las hice luchando contra un dragón.

Brand y yo tardamos un par de segundos en reaccionar. Ambos abrimos mucho los ojos y retrocedimos.

-¡¿Qué?!- grité en alto.- ¿Has dicho dragón? Eso es imposible.

Aunque había multitud de especies extrañas o mutadas debido a la radiación, todo el mundo sabía que los dragones no existían, que sólo eran bestias que aparecían en las historias. Aún así hay quien dice que hace mucho tiempo, cuando aquellos que usaban la magia se dedicaban a vagar por el planeta erradicando el mal, cuando las tierras estaban divididas en más de quince reinos e imperios y la guerra desolaba el planeta. En esa época, los dragones existían. Eran bestias inteligentes, algunos más que otros, claro. Unos vivían en paz lejos de la civilización mientras otros se dedicaban a sembrar el caos y la destrucción en las tierras de los humanos. Hasta que estos comenzaron a combatirlos. Pero con el tiempo esas historias se han convertido en cuentos para niños. Si es que no fueron eso desde el principio. No hay registros de ningún dragón en los últimos mil años, o incluso de años anteriores.

-No es imposible, era real- dijo desviando la mirada.- Pero sabía que no me ibais a creer.

-Es que no hay quien crea esa tontería- dijo seriamente Brand.

Al chaval pareció afectarle ese comentario y se volvió a sentar en el suelo, mirando hacia abajo.

-Ya os podéis marchar- nos dijo con la voz tan baja que parecía que hablaba consigo mismo.- Si no aceptáis mi historia, no quiero vuestra. Ya podéis marcharos.

Brand se encogió de hombros y, dándose la vuelta, siguió andando por el camino. Cuando se dio cuenta de que no le seguía se paró, me miró e hizo una mueca de desaprobación.

Yo estaba ayudando al chaval herido a levantarse. Entonces Brand masculló algo en voz baja y se acercó a nosotros. Pasó el brazo izquierdo del desconocido por encima de su cuello y sujetó su muñeca con su mano izquierda.

-Me da igual si te atacaron unos bandidos o unos lobos- replicó Brand.- O si de verdad piensas que eso te lo ha hecho un dragón. Pero por favor, vamos a movernos de aquí.

El chaval le sonrió pero Brand solo hizo un ademán con la cabeza. Después me miró a mí y yo le sonreí abiertamente. En el fondo estaba agradecido de que le ayudásemos, por muy mal que hubiésemos reaccionado a su historia.

-Y, ¿era grande el dragón?- le pregunté al rato de empezar a andar.

-Bastante grande, más grande que ninguna criatura que yo haya visto jamás- me respondió con una sonrisa.- Pero no pudo contra mí.

-¿Y podía volar? ¿Escupía fuego? ¿De qué color era? ¿Podía hablar?

-De nuevo demasiadas preguntas- nada más decirlo Brand soltó una risita.- Tranquilo, intentaré responder a todas.

Pero entonces oímos un ruido en el camino y varias siluetas aparecieron delante de nosotros. Nos paramos en cuando los vimos. Me pareció contar cuatro en total. Y, sinceramente, no creo que se hubiesen perdido ni nada por el estilo.

-¡Eh, vosotros!- exclamó una de las personas.- ¿Qué hacéis por aquí? ¿No sabéis que este camino nos pertenece?

Los otros empezaron a reírse y pude comprobar que todos eran hombres.

El chaval herido se apoyó en su espada hundiendo la punta en la tierra y retiró su brazo del cuello de Brand.

-No recuerdo haber visto ningún nombre ni ningún cartel- dijo mientras nos hacía señas para que le dejásemos a él hablar.

-Vaya, pero si tenemos a un gracioso- dijo la misma voz que había hablado antes, y le volvieron a acompañar las risas de sus compañeros.- A ver si te ríes tanto cuando te partamos esa cara de gracioso.

Entonces les hizo unas señas a los otros y dos de ellos comenzaron a avanzar hacia nosotros. Brand se puso a la defensiva y yo agarré con fuerza el mango de mi espada pero la mantuve envainada. Pero nuestro “mata dragones” dio un paso al frente y estiró su brazo izquierdo poniéndolo delante de Brand, indicándole que se calmara. Apoyándose en su espada vendada se enderezó. Era un poco más alto que yo, pero no podía competir con los cerca de dos metros de Brand.

Entonces desclavó su espada del suelo y tiró de un cabo de la venda deshaciendo así el nudo que había en la punta. Sin pensárselo dos veces se lanzó corriendo hacia los bandidos mientras la venda se soltaba mostrando la hoja de la espada.

Todo ocurrió muy deprisa. Pero pude observar como aquel chaval, cuando estuvo cerca del primer bandido, comenzó a girar sobre sí mismo a la vez que avanzaba. Un segundo más tarde ya estaba al otro lado del grupo de bandidos y no había bajado su espada aún cuando los bandidos fueron cayendo uno a uno al suelo. Y entonces comenzó a tambalearse hasta que se derrumbó.

Entre Brand y yo le llevamos a un sitio más seguro y lejos de donde nos asaltaron, no sin antes andar durante una media hora. Al final nos paramos entre unos árboles y decidimos montar ahí nuestro básico campamento. Brand y yo tomamos algo para cenar, y aquel chaval seguía dormido.

A mitad de la noche Brand se despertó por un ruido. Era el desconocido que estaba rebuscando en nuestras cosas.

-Sabía que no debíamos fiarnos de ti- dijo Brand cuando le vio.- Eres igual que esos de antes.

El chaval se giró rápidamente con los ojos desencajados y se llevo el dedo índice de su mano izquierda a los labios indicándole a Brand que bajase la voz.

-No es lo que piensas- le dijo en voz baja mientras le daba un trozo de papel.- Solo quería dejaros un mensaje antes de irme. Como no tenía nada pensé que a lo mejor vosotros tendríais. Pero no os he quitado nada.

Brand se quedó callado mientras leía la nota. Cuando acabó de leerla la dobló y se la guardó.

-¿No llevas nada encima?- le preguntó Brand.- ¿Comida? ¿Dinero?

-No tengo provisiones ni medicinas- le susurró el chaval.- Pero tengo algo de dinero.

Y cuando dijo eso golpeó el bolsillo izquierdo de su pantalón haciendo sonar unas monedas. Brand hizo una mueca de desaprobación y sin mediar palabra se dirigió a su mochila y comenzó a rebuscar.

-¿No puedes esperar a que amanezca?- dije cuando estaba lo suficientemente cerca de ellos.

Por su reacción, no debieron de darse cuenta de que estaba allí hasta que hablé. La verdad es que escuché toda la conversación. Y, sinceramente, no tenía ganas de que se fuera.

-Lo siento, Tim- dijo mientras me sonreía.- Pero quiero llegar cuanto antes a una ciudad para conseguir algo con lo que curarme las heridas.

-La ciudad más cercana está a un día a buen paso, como mínimo. Nosotros nos dirigimos a Lanins, por si cambias de opinión- le dijo Brand.- Y estando herido puede que tardes más. Vas a necesitar provisiones.

Entonces le cedió una bolsa de papel, que supongo que contenía unas provisiones para un día. Brand siempre había sido muy previsor, supongo que tendría más como esa.

-No te preocupes- dijo el chaval rechazando su oferta.- Pero pienso ir campo a través. Me dirijo a una ciudad al este. Creo que se llama Toxu o algo así.

-Tolsum- le corregí.- Sé cual es. Dicen que está llena de mercaderes que buscan protección. A lo mejor puedes ganarte unas monedas.

-Eso había pensado- dijo distraído.- Pero bueno, lo primero es recuperarme.

Brand le tendió la bolsa de papel y él acabó cogiéndola y dándole las gracias. Empezó a alejarse saludándonos con la mano. Entonces me acordé de una cosa. Fui corriendo a mi macuto y saqué uno de los botellines de zumo de bayas de Hyl, el que me quedaba. Fui corriendo hasta donde estaba el chaval y le di mi zumo.

-Es zumo de Hyl- le dije con una sonrisa en la cara.- Es el mejor, para mi gusto. Aunque es una pena, ya que frío es como más bueno está.

Él acabó cogiéndolo, me dio las gracias y siguió su camino. Yo me quedé un rato plantado mirando como se alejaba, hasta que Brand se me acercó y me hizo una señal para que siguiésemos con nuestro viaje.

Como ninguno de los dos podíamos dormir, decidimos que lo mejor sería que continuásemos andando por la noche. De esa forma llegaríamos antes a Lanins. Pero aún así se notaba que estábamos cansados, por lo que a un par de horas de que amaneciese decidimos parar y descansar un rato. Para entonces ya habíamos dejado atrás el camino del bosque y acampamos al raso. Nos despertamos con las primeras luces del alba, tomamos algo y seguimos nuestro camino.

Era ya por la tarde cuando llegamos a la ciudad. Atravesamos los suburbios y las zonas industriales y finalmente entramos a la parte urbana de la ciudad. Los edificios eran mucho más altos de los que yo había visto nunca y a lo lejos se divisaban alguno todavía mayores.

Seguimos avanzando por las calles siguiendo las indicaciones que venían en el mapa de mi pequeño ordenador. Tras cincuenta y cinco minutos de andar por aquellas tortuosas calles, por fin encontramos las oficinas del Cuerpo de Cazarrecompensas. Las Oficinas Mayores, claro. En toda ciudad que se prestase había una oficina para los cazarrecompensas. Un lugar donde poder cobrar las recompensas, buscar nuevos trabajos o enterarte de las últimas noticias. Aquellas eran un edificio alto pero no enorme. La fachada era blanca y tenía un letrero de letras rojas que rezaba: “Cuerpo de Cazarrecompensas”.

Cuando íbamos a entrar salió, entre otras personas, un hombre alto de pelo negro y con gafas de sol. Cuando pasó al lado nuestra, nuestras miradas se cruzaron un segundo. Yo seguí mirándole pero él siguió andando. Lo que más me llamó su atención no fue su gabardina plateada, sino el gran libro que llevaba a la espalda y que estaba sujeto a una correa que llevaba cruzada, de izquierda a derecha. Apenas pude fijarme en mucho más porque Brand y yo ya estábamos entrando por la puerta y él se alejaba.

Al entrar nos informamos y esperamos largo rato en colas inmensas para que luego nos mandasen a otras. Finalmente nos atendió una señorita que estaba más preocupada en cómo le caía el pelo por los lados que en atendernos. Nos pidió nuestras identificaciones. En aquel entonces las nuestras eran unas placas de metal con nuestro nombre y apellidos, no en mi caso, así como nuestra fecha de nacimiento y grupo sanguíneo. También tenía nuestro número de serie, ocho dígitos y un símbolo, que indicaba en qué ciudad te la hiciste. Ben me hizo mi identificación poco después de que nos conociésemos. El material del que estaba hecha también decía mucho de tu pasado o tu estatus social. Las nuestras indicaban que nos las habíamos hecho en los suburbios, aunque la ropa que llevábamos tampoco es que lo negase.

Pero nuestros problemas comenzaron después. Cuando nos mandaron, por tercera vez, a otra planta. Un señor trajeado nos atendió en una pequeña sala. Aunque nos recibió con una sonrisa, ni se terció en ofrecernos asiento.

-Creo que tenemos unos problemas con sus datos- nos dijo cuando entramos por la puerta.- Me temo que no tienen edad suficiente para ingresar como cazarrecompensas.

Aunque sólo dijo eso, yo sabía que lo que realmente quería decir era “tampoco tienen dinero suficiente”. Pero no quería montar un numerito en las oficinas del Cuerpo de Cazarrecompensas.

Aquel hombre siguió hablando y nos hizo un ademán para que nos sentáramos.

-Tú tienes edad suficiente para ser ayudante de algún cazarrecompensas- dijo dirigiéndose a Brand y después me miró a mí.- Pero tú, chaval, eres demasiado joven para que podamos añadirte a las listas de ayudantes. Lo siento mucho, pero necesitas tener dieciséis años. Deberás esperar

Cuando escuché eso, bajé la mirada. En mi mente sólo resonaban las últimas palabras que me había dicho. ¿Debería esperar? Después de llevar casi toda mi vida soñando con llegar allí. Después de años de trabajo en los suburbios. Después de planear el viaje y de pasar una noche cerca del bosque de Edhrierlym. ¿Después de todo lo que había pasado me dicen que debería esperar? Aún así me contuve y no dije nada.

El hombre le dijo a Brand todo lo que tenía que hacer para apuntarse como ayudante y después de eso nos despidió y salimos de la pequeña habitación. Tras caminar unos minutos por largos pasillos y bajar interminables escaleras, llegamos a la primera planta, la cual seguía llena de gente que iban y venían.

Yo comencé a ir hacia la cola para apuntarse a ayudante. Aunque estuviese malhumorado, no iba a largarme de ahí y dejar a Brand solo. Pero apenas había dado un par de pasos cuando me di cuenta de que Brand no venía conmigo. Iba en dirección a la puerta, y cuando se dio cuenta de que no estaba a su lado también se giró.

-¿A dónde vas?- le pregunté extrañado.

-Ya has oído- me dijo apuntando con la cabeza a las escaleras.- No podemos hacernos cazarrecompensas. Habrá que buscar algo que hacer hasta que podamos.

Por un momento se me pasó por la cabeza la idea de protestar pero no lo hice. Fui hasta donde estaba Brand y los dos empezamos a andar hacia la puerta. Pero cuando íbamos a salir, un hombre que estaba apoyado en la pared cerca de la puerta nos habló. Tendría poco más de cuarenta años y era de mediana estatura. Tenía el pelo negro, grasiento, con algunas entradas, echado hacia atrás y más corto por los lados. Llevaba unas gafas de sol de grandes cristales y una de las patillas estaba arreglada con cinta aislante. Tenía una cara hinchada y daba la impresión de que llevaba varios días sin afeitarse. Su camisa blanca tenía varias manchas oscuras, posiblemente de café, y sobre ella una chaqueta corta marrón. Sus pantalones también eran marrones y muy holgados, aunque una parte quedaba oculta por su gran barriga. Sus zapatos asomaban debajo de los pantalones y eran oscuros.

-¡Ey!, chicos. Parece que tenéis problemas- nos dijo con una sonrisa pícara en el rostro mientras se quitaba las gafas.- Pero, ¿dónde están mis modales? Mi nombre es Urmont, y creo que sé cómo ayudaros. Encantado de conoceros

jueves, 6 de junio de 2013

Capítulo 1

Otro chaval de los suburbios 

Alhenrir era la capital del Nuevo reino de Varhlem. Era una gran ciudad que se encontraba en mitad del reino y desde donde se conectaban todas las ciudades. Alhenrir era una de las muchas ciudades del norte que habían sobrevivido a la gran explosión de la Tercera Guerra Prohibida. Como casi todas las ciudades que fueron protegidas por un escudo, la ciudad estaba dividida en dos y tenía una estructura circular. En el centro de la ciudad se encontraban los barrios adinerados y más alejados los de menos estatus económico. Después de estos barrios venían las industrias y todas las fábricas. La zona industrial acababa donde una vez estuvieron los escudos, que ahora solo son chatarra amontonada o una pequeña barrera de metal inservible en el mejor de los casos. Otras ciudades crecieron mucho y la zona industrial iba más allá de los antiguos escudos.

Pero las fábricas de Alhenrir, aunque fuese una gran ciudad, no pasaban del pequeño muro creado por los restos de escudos. Como en todas las ciudades, tras las fábricas y el muro de chatarra, se encontraban los suburbios.

Los suburbios eran grandes extensiones de tierra que rodeaban a la ciudad y muchas veces no eran considerados parte de ella. La parte más cercana estaba llena de desechos de las fábricas: trozos de metal y piezas sueltas de maquinarias que convertían esta zona en un vertedero en toda regla. Si tenías suerte encontrabas algún objeto que habría arrojado algún ricachón y que estuviese casi nuevo, pero la mayor parte de los materiales que se encontraban allí resultaban inservibles o eran utilizados por los habitantes de allí. En algunas ciudades, estos deshechos se llevaban al otro lado de los suburbios, para que no estuviesen tan cerca de la ciudad. Un poco más alejado de las industrias comenzaban a aparecer las primeras chozas o viviendas, si se podían llamar así, en donde se instalaban los vagabundos, aquellas personas a las que no le había sonreído la fortuna o a los que los bandidos les habían arrebatado todo, como a mí. Vivían alejados para no exponerse a los residuos expulsados por las fábricas, aunque la gente creyese que era por no acercarse a los habitantes de los otros barrios.

Algunos suburbios estaban mejor estructurados que otros. Unos estaban divididos en pequeños barrios. Otros tenían separadas las zonas dependiendo del tipo de chatarra que se acumulase allí. Pero los de Alhenrir superaban con creces al resto de las ciudades. Después de las montañas de deshechos que se acumulaban detrás del pequeño muro, se extendía otra ciudad. Había calles con viviendas a ambos lados, así como pequeños comercios. Las más comunes eran aquellas donde se intercambiaba de todo, desde comida hasta ropa o incluso un trozo de metal que podías usar para defenderte. Pero luego había una zona donde lo único que había eran tiendas. Allí se compraban las cosas, con dinero de verdad. De donde procedía ese dinero no importaba mientras tuvieses suficiente para pagar lo que te llevabas. También había varios talleres, donde le daban forma a la chatarra que obtenían.

Nuestra historia comienza en esta ciudad. En los suburbios de esta ciudad, para ser exactos. En una de las zonas más  concurridas de los suburbios, en el mercado.

-¡Eh chaval! ¡Vuelve aquí ahora mismo, ladrón!

De una de las tiendas sale rápidamente un chico de quince años. Llevaba una chaqueta abierta de cuero naranja y muy gastada que le quedaba demasiado grande. Casi le llegaba por las rodillas y, a pesar de tener las magas subidas, las costuras de los hombros le caían por el brazo. Debajo de la chaqueta tenía una camiseta blanca con varias manchas de grasa. Sus pantalones eran grises, con varios bolsillos y los bajos estaban metidos en unas altas botas de cuero marrón oscuro que tenían las punteras metálicas. Llevaba unos guantes de cuero, también marrón, que pasada la muñeca se abrían un poco. Sobre la cabeza, unos grandes auriculares redondos, verdes y negros desentonaban con el resto de su atuendo. Parecían demasiado buenos en comparación con la ropa tan gastada que llevaba. Tenía el pelo castaño, un poco largo y descuidado. Sus ojos eran pardos oscuros y de su cara no se borraba una sonrisa.

Después de salir de la tienda con las manos apretando algo contra su pecho, comenzó a perderse entre la multitud y entrar por callejones estrechos. En cinco minutos estaba jadeando ante la puerta de un taller.

Apenas había recuperado el aliento cuando un hombre de unos treinta años, alto, rubio y con un mono de trabajo apareció por la puerta del taller.

-¿Lo conseguiste?- le dijo al chaval sonriendo.- Tim.

Sí, ese chaval con la ropa destrozada que acababa de robar en una tienda era yo. Y sí, vivía en los suburbios de Alhenrir. Me ganaba la vida como mecánico y me encantaba, además de tener asegurado un plato de comida cada día. En los dos primeros años que estuve en los suburbios aprendí más sobre el funcionamiento de máquinas y cómo arreglarlas que lo que pueden llegar a saber cualquiera de los mejores mecánicos del continente. Y, aunque esté mal decirlo, tenía un don para las máquinas. Podía saber cuál era la avería con observarla unos minutos o tener el aparato averiado en mis manos. La gente de los talleres me tenía como un genio, aunque mi fama no pasaba de esa zona de los suburbios.

-Tengo el conector- dije levantando un objeto envuelto en un trapo.- Creo que no voy a acercarme por esa zona en una temporada.

El hombre me sonrió y poniendo una mano sobre mi cabeza me frotó el pelo. Yo di un salto hacia atrás de manera instintiva.

-Sabes que odio que me hagan eso- le reproché.- Ahora debo acabar de arreglar el motor o no podré correr.

Entré en el taller y me dirigí hacia el fondo a arreglar mi moto, que estaba tapada por una lona.

Tenía dos ruedas, lo cual no era muy común, y estas eran muy grandes, del mismo ancho que el chasis. La parte de alante acababa en un gran foco y el cristal estaba lo suficientemente levantado para proteger al conductor. En los laterales tenía unos compartimentos donde meter las piernas. No estaba pintada y se notaba que las piezas habían sido recogidas a destiempo y de diferentes sitios. Visto de primeras te costaba creer que algo como eso se moviese siquiera. Pero lo único que le faltaba era la pieza que acababa de adquirir.

Retiré el trapo que envolvía el conector. Era un cilindro metálico que por un lado tenía una extraña clavija y del otro salían tres cables de diferentes colores. En el cilindro ponía “modelo CL-5”. No era nada del otro mundo pero era algo que escaseaba en los suburbios.

Tardé unos diez minutos en instalarlo y otros cinco en hacerlo funcionar. Tras seis meses de duro trabajo, mi moto por fin funcionaba. Bueno, teóricamente funcionaba. No podría saberlo hasta la carrera.

-¿Cómo la ves, Mark?- le pregunté al mecánico que me observaba detrás mía.

-Una maravilla, siento no tener la pintura que me pediste para la carrera.

-No importa, mientras tenga combustible- dije dándole unos golpecitos al lateral del vehículo.

-Deberías dar una vuelta, desde la última carrera no te montas en una- dijo Mark señalando con un pulgar por encima de su hombro a la puerta del taller.- Además, dicen que da mala suerte comenzar una carrera con una moto nueva.

Me quedé un rato mirándola hasta que decidí montarme. Rebusqué entre los bolsillos de mi pantalón hasta que encontré un pequeño cubo metálico que colgaba de una arandela. Introduje el cubo en un pequeño hueco en la parte de arriba y una pequeña luz azul se encendió. El motor se puso en marcha y al escucharlo rugir, un escalofrío me recorrió la espalda. Metí las piernas en los protectores y pise levemente el acelerador.

En cuestión de segundos la moto comenzó a moverse y salió por la puerta del taller. La gente y los edificios me pasaban a los lados y el aire acariciaba mi rostro. Aumenté la velocidad y salí a una zona más amplia. Mientras aumentaba la velocidad, comencé a inclinarme hacia delante. Tras dar unas vueltas a un montón de escombros decidí ir hacia la zona donde tendría lugar la carrera.

Las carreras la organizaban un grupo de personas con gran influencia en los suburbios. Por lo general no participaban más de seis personas. En mi última carrera mi vehículo quedó destrozado tras un accidente, el cual no fue culpa mía. Fue provocado.

En los suburbios existe una banda llamada “Los Corredores Infernales”. Si no conseguían destrozar el vehículo de otro corredor antes de la carrera, lo hacían durante esta. De mi última carrera solo pude salvar unas pocas piezas sueltas y una rueda.

En mi primera carrera el corredor de esta banda consiguió reventarme las ruedas, pero aún así quedé segundo. Creo que fue esto lo que consiguió que Mark se fijara en mí, eso y mi habilidad con las máquinas.

A partir de esa carrera siempre corría bajo la protección de Mark. Esto no tendría importancia si no fuese porque Mark era una de las personas con mayor fama en los suburbios. No hace falta deciros que era uno de los organizadores de las carreras.

En la carrera de ese día solo participábamos cuatro personas. Por desgracia dos de ellas pertenecían a Los Corredores Infernales. Pero yo ya había aprendido el funcionamiento de esas carreras. Sólo había una regla. Todo valía.

Llegué al lugar donde comenzaba la carrera antes de tiempo. Sólo había un corredor, el otro que no pertenecía a aquella banda de delincuentes, porque es lo que eran. Le había visto un par de veces. Llevaba la típica moto estándar con dos ruedas delanteras y una de menor tamaño atrás. Tenía un armazón que le daba protección al conductor y le obligaba a ir echado hacia delante. Sin duda le haría falta. Estaba pintada de color amarillo, demasiado intenso para mi gusto, y con varias franjas negras.

Le saludé nada más llegar y me coloqué en mi sitio. Comencé a revisar todas las cosas, por si algo podía romperse o fallar durante la carrera.

Durante mi revisión aparecieron Los Corredores Infernales. Nos dijeron algo al otro participante y a mí, pero no presté atención.

Nos avisaron que la carrera estaba a punto de comenzar y cada uno se fue a su puesto. No explicaron que solo era una vuelta. Teníamos que atravesar todo el campo de escombros, llegar a las afueras por una calle no muy amplia, dar la vuelta en una señal que se había colocado y volver por una de las calles de la zona comercial que habían despejado para la carrera. Después teníamos que llegar justo al muro que nos separaba de la zona industrial, donde habría otra señal, y volver a la línea de meta.

El circuito era fácil, había corrido circuitos peores con vehículos peores. Pero no me lo pondrían nada fácil. Las motos de los otros corredores no eran tan buenas como la mía, aunque parecieran mucho mejores.

Las motos de Los Corredores Infernales eran dos motos adornadas con pinchos y que daban la sensación de albergar cualquier tipo de trampa en su interior. La de uno tenía tres ruedas, similar al otro corredor, pero la del otro tenía cuatro ruedas muy juntas y más finas que las normales.

Conseguí ver a Mark a lo lejos y le saludé con la mano. Él me devolvió el saludo y se me quedó mirando un instante muy fijamente. Acto seguido me sonrió y asintió.

Unos focos comenzaron a iluminarse. Cuando los cinco estuviesen encendidos comenzaría la carrera. Me sudaban las manos y empezaba a inundarme una intensa sensación de calor. Ladeé la cabeza y me quité mis preciados auriculares. Los guardé en un compartimiento que había hecho especialmente para ellos. Me aseguré de que las protecciones de los laterales estuviesen bien ajustadas a mis piernas. Después de esto me puse un casco, si es que se le podía llamar así. Eran unos refuerzos que se ajustaban a mi cabeza mediante un sistema que parece más complejo de lo que era en realidad. Me protegían la parte de atrás de la cabeza, barbilla, laterales de la cara, frente y unas lentes me protegían los ojos. Todo esto era relativo, ya que si me estrellaba y caía de cara nada de eso me libraría de un final trágico.

Tres luces encendidas.

Apenas pude fijarme en los demás, pero sus cascos eran mucho mejores que el mío, por lo menos a simple vista.

Cuatro luces encendidas.

Pude ver que el corredor de la moto de tres ruedas de la dichosa banda había comenzado a toquetear cosas de su moto.

Cuando la quinta luz se iluminó todos los pensamientos y sospechas desaparecieron de mi mente. Hice un ligero movimiento con mis pies y el motor rugió. Me incliné hacia delante lo más rápido que pude y apreté el manillar con fuerza.

Mi moto salió casi al mismo tiempo que el resto, pero aún así comencé segundo. Lo único malo es que tenía delante a uno de los de Los Corredores Infernales, el de la moto de cuatro ruedas.

Empecé a alcanzarle pero consiguió entrar primero en la calle estrecha, por lo que era casi imposible que pudiese adelantarlo. Mi única oportunidad sería cuando llegásemos a la señal.

Estaba pensando miles de posibles adelantamientos cuando escuché un extraño ruido detrás de mí seguido de un fogonazo. Después de esto escuché uno golpe seco y unas piezas de chatarra volaron por encima de mi cabeza. Ya habían comenzado a hacer trampa, antes de lo normal. Eso solo significaba que querían conseguir el premio como fuese. Pero yo no se lo pensaba dejar tan fácil, yo necesitaba el premio.

Cuando estábamos a punto de salir de la calle decidí que era hora de usar uno de mis trucos. Había estado esquivando todas las cosas que estaba “dejando caer” el que llevaba delante y también las que me lanzaba el que tenía detrás. Entonces saqué un botecito y lo abrí. Unos polvos se esparcieron por el aire. Si el de detrás no llevaba protección en los ojos no podría ver hasta pasados veinte minutos. Por desgracia sí que llevaba. Aún así, esto le hizo frenar un poco.

Acto seguido lancé unos trozos de metal afilados como dientes de dririon del norte. Sí, ya sabéis. Esas bestias salvajes de pelaje grisáceo y hocico alargado, que suelen ir en grupos de diez y como te encuentres con ellos más vale que corras o acabarás mal.

El que llevaba atrás aún estaba maldiciéndome por los polvos que eché y apenas vio los pinchos. Giró en el último momento pero un par de ellos lograron clavarse en la rueda trasera y está rápidamente se quedó sin aire.

La moto empezó a dar tumbos hasta que el motorista saltó y la moto salió rodando hasta que chocó con cualquier cosa y empezó a arder. Para entonces yo ya había girado en la señal y comenzaba a acercarme al primero. Más adelante la calle empezaría a estrecharse, por lo que no tenía mucho tiempo.

El otro corredor comenzó a lanzar todos sus trucos, pero los esquivaba sin problemas. Pero entonces sacó un arma de descargas. Por supuesto que no estaban permitidas, pero en esa zona no había vigilancia. Si una descarga de las que lanzaba alcanzaba mi moto freiría los fusibles y no podría acabar la carrera. Comencé a acercarme pero manteniendo una distancia considerable. Entonces pulsé un par de botones y un arpón salió de la parte frontal de mi moto y se clavó en la moto que tenía delante. Comencé a frenar y acelerar hasta que el otro corredor tuvo que dejar su arma y estabilizar su moto.

Pulsé otro botón. La cuerda que salía de mi moto se soltó. Aceleré y adelanté al otro motorista. Atravesé la calle del mercado a gran velocidad y llegué a la otra señal. Giré y pude ver que la otra moto comenzaba a acercarse. Decidí no pensar demasiado y acelerar hasta que cruzase la línea de meta. Pero cuando estaba a punto de llegar una descarga me pasó rozando. Conseguí esquivar otra pero tenía que recuperar el equilibrio. Y entonces me alcanzó una tercera.

Me dio en la parte trasera de la moto, consiguió destrozar la rueda y mi moto comenzó a elevarse por la parte de atrás. Entonces vi que los sistemas comenzaban a apagarse. Quité todos los frenos y aceleré todo lo que pude hasta que mi moto se apagó, literalmente. Pero entonces otra descarga volvió a golpear mi vehículo, y esto destrozó la parte de atrás y mi pantalón quedó hecho trizas. Aún así este fue el empujón que necesitaba. Logré cruzar la línea de meta antes que el otro motorista, pero no conseguí parar mi moto. Acabé saltando y vi mi moto dar vueltas y estrellarse contra un obstáculo. Lo siguiente fue un montón de chatarra y varias personas acercándose. La primera era Mark. Todo empezó a nublarse y comencé a cerrar los ojos. Las voces empezaron a alejarse. Pero entonces me acordé de algo.

No podía desmayarme. Me levanté de un salto y fui directo a los restos de mi moto. Comencé a buscar desesperadamente entre los trozos de metal humeantes hasta que la encontré. Una caja metálica. Entonces me agaché, la abrí y saqué mis preciados auriculares. Apenas me los había puesto cuando Mark me dio una cajita de cartón, me agarró del brazo indicándome que le acompañara.

-No te aconsejo que te quedes ahí mucho rato- me susurró.- Los Corredores Infernales van a enfadarse mucho.

-Bueno, que se enfaden- dije sonriendo.- En cuanto tenga listo eso me voy a marchar.

Mark me sonrió pero sus ojos reflejaban una profunda tristeza. Seguimos el resto del camino hasta el taller sin hablar. Cuando llegamos encontramos el taller vacío. Aún así comenzamos a trabajar.

Parecía que lo habíamos ensayado todo. Yo comencé a montar cuidadosamente unas piezas y Mark me iba pasando herramientas y varios componentes. Uno de los últimos fue el que estaba dentro de la caja de cartón. Era mi trofeo. Aunque no lo creáis, gané la carrera. Si el piloto, y parte de su vehículo, cruza la línea de meta el primero y sigue vivo para contarlo, gana la carrera. Además de que los “jueces” vieron al otro motorista usando un arma prohibida en las carreras. Mis trucos no estaban prohibidos, me los aconsejó Mark. En la caja había una pantalla muy fina. Era la única pieza que me faltaba y era muy difícil de conseguir.

Como Mark era uno de los encargados de preparar las carreras, eligió esa pieza como trofeo. Era una pantalla genial, no creo que en la ciudad se pudiese encontrar algo mejor. Aunque no lo parezca, en los suburbios podías encontrar cosas mejores que en la ciudad, no de una manera muy legal, pero mejores.

Coloqué la pantalla con cuidado, un protector transparente de plástico resistente encima y le puse la carcasa. Por fin acabé mi gran proyecto. Parecía un brazalete a simple vista, pero era todo un ordenador. Tenía algunas piezas muy buenas, aunque otras tendrían que cambiarse en el futuro por algunas de mayor calidad. Cuando lo encendí mí cara se iluminó de alegría. Lo programé en unos minutos y lo sincronicé con mis auriculares. Al cabo de diez minutos ya tenía música suficiente para un largo viaje, así como acceso a varios mapas que podían ser de gran ayuda. También conseguí unos programas para tener acceso a algunos satélites que podrían serme de ayuda, como meteorológicos y algunos comerciales. Tenía un mecanismo que hacía que se ajustase al brazo, además de tener una almohadilla para que no me hiciera daño al llevarlo puesto.

Se lo enseñé a Mark y le di un abrazo.

-Muchas gracias, de verdad- le dije con un hilo de voz.- Sin tu ayuda no lo hubiera conseguido.

-No, gracias a ti por trabajar aquí. Nos has enseñado mucho. Espero que te vaya bien a donde vayas y procura hablar bien de mí.

-Quería pedirte un último favor. Quisiera ponerle el emblema del taller- dije mientras levantaba mi invento.

Mark asintió y se giró a buscar las cosas necesarias para grabar el emblema, pero yo sabía que estaba llorando. Pasados unos minutos salí del taller y me dirigí a las afueras de los suburbios, donde vivía.

Vivía en un pequeño campamento. Fue donde me acogieron nada más llegar y decidí quedarme allí. Además de que allí estaba al que había sido como un segundo padre para mí.

-Hola Ben- dije sacudiendo el brazo izquierdo con mi brazalete en él.- ¿A que no sabes quién ha ganado hoy una carrera?

Un hombre de más de cincuenta años, con el pelo largo y canoso y la barba descuidada se giró y una sonrisa apareció en su rostro al verme.

-Me alegro mucho, joven Tim. Pero me temo que eso sólo significa una cosa. Llegó el momento de tu partida.

El viejo Ben me ayudó cuando llegué herido y hambriento. Me curó mi mano y me enseñó todo lo que sabía de esgrima y a ejercitar mi mente. Me consiguió ropa nueva y cosió algunas partes de mi chaqueta. También me introdujo en el mundo de la mecánica.

-Ni se te ocurra perderlo- me dijo señalando a mi guante derecho.- Me costó muchísimo conseguir ese milthium, y mucho más recubrir el interior.

El milthium era un mineral que tenía unas propiedades similares al acero, excepto que podía ser moldeable como la tela, aunque era una técnica muy antigua según me dijo Ben. Otra de sus características que lo hacían especial era que servía como aislante para las partículas de magia. Por ejemplo, si te encuentras en una habitación cerrada hecha con este material, las partículas de Roht, como decía Ben, del exterior no se veían afectadas.
Según entendí, mi herida no cicatrizaba por culpa de esta magia, ya que mi organismo interactuaba con ella. Una vez cicatrizó, gracias a los cuidados de Ben, siempre me dolía. Algunas veces el dolor era tan intenso que me desmayaba o enfermaba durante un par de días. Pero al tener bajo el guante una capa de mithium mi herida no me dolía apenas y la magia de mi alrededor no se veía afectada tampoco. Yo en aquel entonces no entendía casi nada. Pero el solo oír que mi cuerpo atraía la magia hacía que mi cuerpo se inundara de alegría y emoción.

-¿Sabes si Brand va a acompañarme?- le pregunte al anciano.

-Creo que el joven Brandom va a decidir comenzar su aventura junto a ti.

-Pues yo creo que no le caigo nada bien- dije haciendo una mueca.

-No hables sin saber, joven Tim. Eres como un...

-Un incordio- la voz sonó detrás de mí.- Eso es lo que eres.

Brand apareció entre la oscuridad. Era un chico dos años mayor que yo y demasiado alto para su edad, además de corpulento. Tenía la piel más oscura que la mía y el pelo negro y muy corto. Llevaba una camiseta oscura de manga larga y unos pantalones claros, aunque un poco gastados. A la espalda llevaba una gran mochila bien ajustada. Además llevaba sus brazaletes metálicos que le cubrían desde la muñeca hasta la mitad del antebrazo. Les tenía tanto aprecio como yo a mis auriculares.

-Hola Brand- le dije con una sonrisa en la cara.- Veo que ya te has enterado de que nos vamos esta noche.

-Después del numerito que has montado en la carrera no te queda otra. Yo solo voy porque el viejo me lo ha pedido.

Vi que Ben comenzaba a sonreír.

-¿Me has visto en la carrera?- se me iluminó la cara cuando lo dije.

-Para nada- contestó Brand serio.- Lo he escuchado por el mercado. Tenía que comprar unas últimas cosas. ¿Tú tienes todo listo?

-Por supuesto- dije mientras levantaba una especie de maletín de cuero cerrado con una correa bastante larga.

Brand me hizo un movimiento con la mano para que le siguiera. Cuando me levanté, Ben me agarró del brazo.

-Adelántate, Brandom- dijo seriamente.- Tengo que hablar con Tim un momento.

Brand asintió y comenzó a avanzar. Yo me volví a sentar, esperando expectante lo que tenía que decirme.

-¿Vas armado, Tim?- preguntó Ben tras pensarlo un poco.

-Llevo mi pistola para soldar- dije tras pensar un rato.- Y algunas herramientas pueden servirme.

La pistola para soldar era un aparato que hice en los primeros años que estuve en los suburbios. Tenía la forma de una pistola, aunque sin cañón. Tenía un pequeño cuadrado con algo parecido a un círculo que sobresalía. Cuando apretaba el gatillo, la pistola liberaba una gran cantidad de energía en forma de calor. Si la apoyaba sobre una plancha de metal, la parte sobre la que disparase se deformaría adoptando esa forma circular. Si colocaba otra chapa debajo ambas dos quedaban soldadas. Por eso le di ese nombre.

-Eso no es un arma en condiciones- dijo mientras se giraba y cogía un objeto alargado envuelto en un paño.- Esto sí es un arma en condiciones.

Entonces retiró el paño y mostró una espada. Yo recordaba esa espada. Ben me pidió que la arreglase poco después de que nos conociésemos.

La vaina era de cuero negro y la punta tenía un protector metálico, se lo puse porque tuve que cortar la vaina ya que quedaba muy grande. El mango no era muy largo y el guardamano sobresalía un poco de la empuñadura y luego bajaba en oblicuo hasta sobrepasar el pomo. La hoja era negra, solo tenía un filo y no era muy larga. Podía tener cinco centímetros de ancho pero no era muy gruesa. Al acabar el mango había una chapa que había puesto yo. La primera vez que la vi estaba partida en dos. Ben me pidió que uniese las dos partes y por eso tuve que ponerle un refuerzo. Este refuerzo era de milthium. Ben insistió mucho en ese detalle.

-Esta es tu espada- me dijo ofreciéndomela.- Hiciste un buen arreglo, aún sin saber que finalmente sería tuya.

Yo la cogí sin saber que decir. Ben me había contado una vez que aquella había sido su espada y que una vez estuvo encantada. Desde entonces yo quise tener un arma encantada y siempre le pedía a Ben que me hablase de lo que sabía y me contase historias. Pero tener esa espada en mis manos era un sueño que había dejado de perseguir hacía ya algunos años. Aquella noche ese sueño dormido despertó y mi interior comenzó a arder de emoción. No sabía que decir y las lágrimas comenzaron a aparecer en mis ojos.

-Eres un buen chico. Llegarás lejos- me dijo sonriendo.- Ahora debes partir. Debes perseguir tus sueños y no dejes que nadie te los arrebate.

Me sequé los ojos con el dorso de mi mano y abracé al que siempre sería mi maestro.

-Nunca podré agradecerte lo que has hecho por mí, y...- comencé a decir con un hilo de voz.

Ben levantó una mano haciéndome callar. Después me sonrió, era una sonrisa sincera.

-No creo que sea buena idea comenzar tarde tu aventura. Alcanza a Brandom antes de que se aleje más.

Asentí, le saludé una última vez y me alejé.

-Nunca dejes que nadie te detenga- susurró.- Sólo tú eres el dueño de tu destino.

Tardé un par de minutos en alcanzar a Brandom, seguía andando en dirección a Lanins. La ciudad donde estaban las oficinas del Cuerpo de Cazarrecompensas. Íbamos a convertirnos en cazarrecompensas. O eso creíamos cuando dejamos Alhenrir.

domingo, 26 de mayo de 2013

PRÓLOGO

Historia de un planeta muerto.

La Vía Láctea es una galaxia en forma de espiral en la cual se encuentra el Sistema Solar. Pero justo al otro lado de la misma se encuentra un sistema llamado Ox formado por una gran estrella azul, de mayor tamaño que el Sol, y por seis planetas. Los habitantes del cuarto planeta la llamaron Oxion, al igual que el nombre de su planeta. Pero decidieron llamarlo Oxion-4 para que no se confundiese con la estrella. En dicho planeta tiene lugar nuestra historia.

Oxion-4 es un planeta un poco mayor y el doble de antiguo que la Tierra. El sistema Ox es mucho más antiguo que el Sistema Solar y por lo tanto la estrella y los planetas y sus satélites que lo forman también son más antiguos que los del Sistema Solar. Oxion-4 es el único planeta de su sistema que está habitado ya que es el único que reúne las características perfectas para albergar vida en él. Pero lo más increíble es que tanto su clima como su superficie son similares a los de la Tierra, y por esto la fauna y la flora son prácticamente iguales a la de la Tierra. Así que no es de extrañar que exista pues una especie igual que la humana, con las mismas características genéticas. Tampoco es de extrañar que al ser más antiguo el planeta, esa civilización esté más desarrollada, así como las demás especies estén más evolucionadas. Solo había una gran diferencia.

En la atmósfera existía una sustancia muy peculiar. Aunque no era tóxica, emitía extrañas radiaciones y si una persona se exponía demasiado a dicha sustancia, podría acabar mal. Los primeros que descubrieron esta sustancia le dieron un nombre muy extraño en una lengua muy compleja. Pero no fue hasta que se descubrieron sus usos cuando comenzaron a llamarla “magia”. Empezaron a estudiar más a fondo y comprendieron que había gente capaz de retener esa sustancia en su interior y de manejarla, pero estos eran una minoría, el resto de las personas ni se inmutaban con la presencia de dicha sustancia. Se creó una organización que se dedicaba a instruir a aquellas personas capaces de usar esta magia. Con el tiempo se les llamo a estas personas magos y más tarde “usuarios de Roht”, ya que la magia comenzó a recibir el nombre de “Energía de Roht” debido al mago con el mismo nombre. Aunque el nombre que recibía esta magia dependía de las zonas del planeta.

Nuestra historia se desarrolla en la Época Estable. Las tres potencias del planeta forman una alianza, llevando así la paz a las devastadas tierras del Gran Continente después de siglos de oscuridad y desorden. Todo comenzó con las Guerras Prohibidas. En aquel entonces la superficie de Oxion-4 era casi en su totalidad un continente inmenso que solo era atravesado por ríos, sin contener ningún mar en su interior. El resto del planeta era una enorme masa de agua, la cual no había sido explorada en su totalidad pero se sabía que no había otras civilizaciones habitando en ellas. Apenas unas pocas islas se encontraban dispersas sobre ese enorme océano, pero solo estaban habitadas las que estaban más cerca del continente.

En ese momento vivían tres diferentes facciones, aunque el continente podría separarse en dos partes: los Reinos del Norte y el Imperio del Sur. En el norte, la gente vivía con más libertad y la economía era más estable. Había dos reinos, noroeste y noreste. El Reino de Drenu, que era el nombre que recibía el del noreste, y el Reino de Varhlem, el de noroeste, llevaban décadas conviviendo en armonía. Tenían tratados de comercio y científicos de ambos reinos trabajaban juntos. Pero aún así, la larga alianza comenzaba a quebrarse. Cada vez había más tensión en las reuniones a las que asistían los dirigentes de ambos reinos. Pero el verdadero problema comenzó con la llegada al trono de Drenu del joven príncipe Raliser. Adoptaba una actitud desinteresada y desafiante en las reuniones. Afirmaba que su reino era el que debería reinar todo el norte y que el control sobre la Energía de Roht le pertenecía a su reino. Sus consejeros intentaban persuadirlo sin éxito. Pero un problema mayor comenzó a crecer en el sur. Las tierras del sur pertenecían al emperador Castal, que gobernaba sin piedad y se consideraba una deidad. Sus súbditos eran muy pobres y vivían en unas condiciones muy duras. Al emperador no le interesaban los avances científicos para el bien de las personas. A él sólo le interesaba conseguir más territorios, y por eso investigaba en avances armamentísticos.

La Primera Guerra Prohibida comenzó con el acercamiento de las tropas del Imperio del Ocaso a las tierras del Reino de Varhlem. El rey Hillen le exigió al emperador Castal que retirase sus tropas o comenzaría a movilizar las suyas. En vez de eso, el emperador ordenó incendiar una aldea cerca de la frontera, por lo que el rey Hillen le declaró la guerra y mandó a todas sus tropas hacia el sur. Las batallas fueron largas e intensas. La guerra duró cuatro años y acabó cuando varios diplomáticos del Reino de Drenu consiguieron mediar entre ambos bandos para poner fin a esta guerra. Pero estos diplomáticos fueron enviados por el grupo de consejeros del rey Raliser sin que este lo supiese, y cuando la noticia llegó a sus oídos montó en cólera. Se encargó de que exiliasen a los diplomáticos que habían participado en el acuerdo de paz y destituyó a todos sus consejeros. Desde entonces, todas las reuniones entre ambos reinos acababan con una acalorada discusión. Todas sobre el mismo tema: la Energía de Roht.

Año y medio después de la Primera Guerra Prohibida, como se la conocería más tarde, el rey Raliser ordenó a una parte de su ejército que avanzasen hacia una universidad en Varhlem donde se instruía a los usuarios del Roht. El Reino de Varhlem tenía muchas más universidades que Drenu, y al noroeste se encontraba la Gran Universidad, donde residían los mayores maestros de esta magia. Raliser se proponía llegar a esta última y así obtener el control total sobre la Energía de Roht, pero Hillen sabía todo lo que tramaba el rey de Drenu, por lo que en vez de encontrarse a usuarios del Roht en la universidad, el ejército de Raliser se encontró a todo el ejército de Hillen defendiendo la universidad. Cuando esta noticia llegó a los oídos del rey Raliser, este no dudó en mandar a todo su ejército, sin atender a lo que le decían sus consejeros, y él mismo decidió ir al campo de batalla.

Hillen también se encontraba presente. Aunque el rey se caracterizaba por su sabiduría y era un gran estratega, siempre asistía a las batallas y siempre encabezaba a su ejército. Cuando Raliser llegó, exigió hablar con Hillen, el cual ya le estaba esperando. Hillen accedió a hablar sin ningún guardia presente, aunque sabía cómo iba a acabar esa reunión. Cinco minutos después de que empezase, Raliser caminaba deprisa hacia su ejército. Según acordaron, esperaron un día y una noche para comenzar la batalla. La batalla tuvo lugar muy cerca de la universidad donde había comenzado todo, que a su vez se encontraba demasiado cerca de la frontera con el sur, y Hillen lo sabía. No fue una batalla con muchas bajas, pero sí muy intensa. El ingenio de Hillen estaba haciendo mella en el ejercido de Raliser, pero este era más numeroso que el del noroeste.

Apenas llevaban tres meses de contienda, el emperador Castal comenzó a moverse. Empezó a conquistar tierras del Reino de Varhlem. Castal creía que si el ejército de Hillen acudía a defender sus tierras, perdería ante Raliser, pero cuanto más durase la batalla de los Reinos del Norte, más tierras perdería. Pero Hillen envió a una parte de su ejército que tenía apostado en la capital. Al cabo de dos meses, Castal cometió un grave error. Raliser le había dejado que atacase las tierras del noroeste con el fin de que esto ayudase en su guerra, por lo que el emperador del sur pensó que conquistar algunas tierras del Reino de Drenu con la excusa de que las necesitaba para conquistar más de Varhlem no iba a suponer un problema. Pero se equivocó. Raliser había muerto en batalla un par de días antes, y esta noticia todavía no se había hecho pública. Algunos dicen que encabezó su ejército con valentía, pero eso queda muy lejos de lo que pasó en realidad. No los mataron sus consejeros con sus propias manos, pero sí tuvieron algo que ver con su muerte.  Al morir el rey, los consejeros asumieron el poder temporalmente, ya que no había sucesor del rey. Pactaron con el Reino de Varhlem y decidieron atacar al sur. Este ataque pilló por sorpresa al emperador Castal. Ambos reinos recuperaron sus tierras. Después de esto, decidieron firmar la paz con el emperador. Este accedió, pero el día en el que tenían que reunirse, un ejército del sur con armas de destrucción masiva, armas nunca vistas para los Reinos del Norte, apareció en lugar de su emperador. Pero esto no pilló por sorpresa a Hillen, el cual había reunido a los mejores magos del norte y había retirado a la mayoría de las tropas. El ejército de Drenu estaba bajo el mando del rey de Varhlem por orden de los consejeros, por lo que también se retiraron la mayoría.

La batalla fue muy rápida y desigual. Las tropas restantes de los ejércitos del norte flanquearon a las tropas del sur y los mantuvieron a raya. Cuando los magos habían preparado todo avisaron a las tropas para que se retirasen. Mientras, las armas de destrucción masiva del sur ya estaban listas para su lanzamiento y esperaban la orden. Pero la orden no llegó hasta la mañana del siguiente día. Todas las tropas del sur se dispusieron a retroceder y más tarde se lanzaron los misiles. Pero los magos prepararon una barrera. Esta barrera además de protegerlos contra la explosión, absorbió gran cantidad de energía y repelió el resto redirigiéndola en dirección al ejército del sur. Todas las bajas fueron del sur. Esto provocó su retirada y días después se firmó la paz. A esta última batalla se la llamó la Segunda Guerra Prohibida.

Pero los Reinos del norte sabían que el sur iba a contraatacar, y por eso utilizaron la magia para hacer sus armas más poderosas, apareciendo así las armas encantadas. También colocaron escudos alrededor de las ciudades más importantes, y los habitantes de pueblos y aldeas fueron desalojados y refugiados en estas ciudades. En el sur, al dedicar la mayor parte del dinero en mejoras armamentísticas apenas protegieron las ciudades, y solo unas pocas gozaron de un escudo eficiente. Tan solo pasaron dos años desde que acabase la Segunda Guerra Prohibida cuando el emperador del sur hizo un llamamiento a los dirigentes de los Reinos del Norte. Estos reunieron sus ejércitos y acudieron al lugar acordado. Era el mismo lugar donde se llevó a cabo la anterior batalla entre las tres potencias.

Todos sabían como acabaría aquello. Varias horas después de que todos los ejércitos estuviesen reunidos, el ejército del sur comenzó a movilizarse y dispararon al aire para hacerles entender que la batalla daba comienzo. Pasaron semanas sin que ninguno de los dos bandos mostrase sus mejores armas, hasta que el ejército del sur comenzó a retirar sus tropas y lanzaron misiles muy potentes. Entonces los ejércitos del norte se retiraron dejando solo a unas pocos hombres. Estos mostraron sus armas encantadas y consiguieron destruir los misiles. Pero cada vez lanzaban más y más misiles, por lo que otro grupo de soldados mostraron sus armas encantadas, estas de mayor nivel, y comenzaron a destruir los misiles y algunos los desviaban o se los devolvían. Aún así, algunos misiles alcanzaron a los ejércitos del norte, produciendo más bajas de las esperadas.

Los maestros de las universidades se negaron a participar en es “guerra sin sentido” como ellos la llamaron. Pero accedieron a enseñarles a usar la Energía de Roht para hacer más poderosas sus armas. Tras esto, todos se refugiaron en la Gran Universidad.

Después de varios días en los que los soldados con armas encantadas se limitaban a destruir los misiles del sur, el emperador se impacientó y decidió mostrar su arma secreta.

Hillen tenía la esperanza de que tardaría más en mostrarla y esto le daría el tiempo que necesitaban para que la suya estuviese lista, pero no fue así. Un gran misil despegó y se perdió en la lejanía, entre las nubes. Hillen comenzó a retirar a sus tropas y ordenó a algunos de sus soldados que hiciesen escudos con algunas armas encantadas. Pero a lo lejos vio como el emperador Castal estaba al frente de sus tropas, y que estaban desplegando un gran escudo para defenderse. Entonces el rey de Varhlem ordenó que disparasen a la estructura y marchó con varios hombres en dirección al poco ejército que quedaba del sur. La mayoría del ejército del sur se habían retirado para protegerse en la ciudad con escudo más cercana. Sólo quedaban los soldados al cargo de las armas de destrucción masiva, los encargados de construir el escudo y el emperador. Castal, al ver que Hillen avanzaba con su espada en mano, ordenó que le disparasen, pero los soldados que le acompañaban le protegieron con sus armas. Entonces el mismo Castal salió al campo de batalla empuñando una gran lanza. Los dos líderes comenzaron a pelear. Aunque Hillen fuese mayor que Castal, se movía más rápido y era más diestro, pero el arma de Castal le daba ventaja. Finalmente, Castal consiguió herirle en el hombro, pero Hillen agarró la lanza que tenía clavada y le hizo una herida profunda en la pierna al emperador. Este se proponía a matar al rey, pero una luz apareció entre las nubes, el misil iba a caer. Entonces Castal se giró para huir y el rey le atravesó con su espada, pero no llegó a matarle. Un grupo de soldados se llevó rápidamente al rey en un transporte aéreo. Pero Castal estaba malherido y no podía caminar por su herida. Comenzó a gritarles a sus soldados, pero el misil estaba demasiado cerca.

Cuando el misil cayó solo se vio una gran luz blanca. La mayoría de los soldados del norte estaban a salvo, pero el rey y otro grupo estaban protegidos por el escudo creado por las armas encantadas. La explosión del misil provocó un gran cráter en el centro del continente, y se creó una grieta que lo dividía en dos horizontalmente, esta grieta pronto se convertiría en un río y el cráter en un mar. El Gran Río que dividía el sur se hizo todavía más grande. Algunas porciones de tierra se separaron del continente, convirtiéndose así en islas. Este es el caso de la Gran Universidad. La tierra donde se encontraba se separó del continente y fue movida por el mar durante siglos hasta que chocó con otro parte de tierra que se separó del noreste. Los escudos de las ciudades del norte aguantaron pero se rompieron cuando la gran onda expansiva les alcanzó, pero las ciudades se salvaron. No se puede decir lo mismo de las ciudades del sur, muchas acabaron destrozadas, solo aquellas con mejor escudo, o mejor suerte, se salvaron. Las corrientes oceánicas cambiaban constantemente y esto posibilitó el movimiento de las islas. Al cabo de siglos se normalizaron, pero no del todo.

La radiación que dejó el gran misil fue el gran problema. Tuvieron que pasar décadas hasta que salir fuera de las ciudades era seguro. Varios grupos se dedicaban a limpiar zonas, y así después de dos siglos el continente logró estar prácticamente limpio. Pero las especies sufrieron mutaciones, y muchas se volvieron más peligrosas de lo que eran.

El rey Hillen consiguió sobrevivir, pero cayó enfermo por la radiación y esto le mantuvo en cama mucho tiempo. Al final le cedió el trono a su hijo, Avins. Avins decidió que lo más sensato sería que las tres potencias gobernasen en paz, y para asegurar esto prohibió el uso de armas de fuego, armas encantadas y de magia. Esta decisión fue aceptada por los dirigentes de las demás potencias, pero no fue bien recibido por la mayoría de la gente. Hubo varias revueltas y comenzaron a surgir grupos de bandidos que se dedicaban a comerciar con armas de fuego y asaltar transportes. Estas fueron las consecuencias de la Tercera Guerra Prohibida, la peor de las tres.

Con el tiempo, se recuperó el orden en las ciudades, pero en el resto del continente existía el caos. Por eso se creó el Cuerpo de Cazarrecompensas. Varios hombres y mujeres, que tras pasar varias pruebas y recibir el “título”, podían salir a buscar a los principales fugitivos fuera de las ciudades. Si los capturaban o mataban, recibían una recompensa acorde con los delitos del fugitivo. Este cuerpo comenzó siendo de élite, pero al cabo de los años su número aumentó, y pertenecer al cuerpo solo era otro trabajo más, más peligroso de lo normal, pero seguía siendo otro trabajo más.

Nuestra historia comienza mil años después de las Guerras Prohibidas. El mundo está bastante recuperado, o eso creen en las ciudades. La realidad es que los bandidos cada vez están ganando poder y tienen el control de la mayoría del territorio. Solo unos pocos cazarrecompensas son capaces de hacerles frente.

Tim es un adolescente de quince años que sueña con convertirse en uno de los diez mejores cazarrecompensas o los llamados 10 Cazarrecompensas. Pero su verdadero sueño es saber el secreto de las armas encantadas y de la magia, que entonces la llaman “Ciencia Arcana”.