domingo, 30 de junio de 2013

Capítulo 2

Lanins, la Ciudad de la Justicia.



Después de dejar Alhenrir, Brand y yo decidimos que la mejor idea sería andar lo máximo posible por el arcén de la carretera que llevaba al norte hasta que tuviésemos que tomar un camino más directo hacia Lanins.

Íbamos a buen paso y decidimos que no pararíamos a dormir más de cuatro horas, por lo que sólo nos detuvimos para descansar algunas veces, otras para asegurarnos que no nos habíamos equivocado de camino y muy entrada la noche para dormir un poco alejados de la carretera. Brand no lo quería reconocer, pero tenía tantas ganas de llegar a la ciudad y convertirse en cazarrecompensas como yo.

Ya habían pasado dos horas desde que amaneció cuando paró al lado una gran camioneta gris claro. El vehículo estaba en bastante mal estado pero el conductor, de unos cincuenta años de edad, pelo canoso y piel bronceada, seguramente por trabajar horas y horas a pleno sol, tenía una amplia sonrisa en el rostro y se ofreció a llevarnos. Al parecer tenía que ir a una pequeña ciudad en el norte, cercana a la frontera con el noreste. Nos acercó por la carretera hasta la altura en la que comenzaba el camino hacia Lanins. Nos dijo que sentía no poder acercarnos hasta la ciudad pero que tenía un asunto urgente que atender, aunque supuse que tampoco tendría suficiente combustible.

Después de andar un rato comenzó a anochecer, por lo que decidimos pasar la noche un poco alejados del camino ya que estábamos bastante cansados. Después de tomar algo de lo que llevábamos, nos quedamos dormidos sin mediar palabra.

Nos despertamos con las primeras luces del día. Tras andar dos horas, nos dimos cuenta de que no llegaríamos a Lanins para esa noche, por lo que tuvimos que pararnos y buscar un buen sitio donde poder pasar la noche. Pero los mejores o estaban demasiado lejos de la ciudad y desperdiciaríamos muchas horas, o estaban demasiado cerca de ella como para llegar antes de que anocheciese al paso que íbamos.

Así que no nos quedaba otra alternativa. Teníamos que pasar la noche en el bosque llamado Edhrierlym. Sí, ya sé lo que debéis de estar pensando. Que debíamos de estar locos como para querer acampar cerca de ese bosque, y aún más para acampar dentro de él. Pero no lo estábamos. Solo éramos dos jóvenes ansiosos por cumplir nuestro sueño. Y por eso no íbamos a dejar que unas historias nos impidiesen alcanzarlo.

Aún así no éramos idiotas. Sabíamos que había que tener cuidado al estar cerca de ese bosque. Y nuestra idea era acampar entre los primeros árboles, a un lado del camino. Como acababa de pasar el invierno, necesitábamos protegernos del gélido viento de la noche. Esa es la razón por la que acampamos bajo los árboles, y no al otro lado del camino.

No paramos mucho, solo un par de veces desde que entramos en el camino. Brand se enfadó conmigo porque no llevé suficientes provisiones. Solo me quedaba algo de pan y carne y un par de botellines de zumo de bayas de Hyl. Ya sabéis, esa planta de hojas alargadas y verdes  que solo crecen en las montañas nevadas del noreste. El zumo que se hace con sus frutos, pequeños y rojos, es muy dulce y refrescante, además de ser mi preferido. Pero aún así me sobró suficiente para poder cenar bien esa noche, aunque Brand no me dirigió la palabra en un rato.

Ya entrada la tarde comenzamos a ver que el camino giraba y se acercaba al bosque y cuando empezó a anochecer ya teníamos a nuestra izquierda esos gigantescos árboles. A simple vista no parecían tan aterradores como los describían en las historias, pero al mirar más allá de los primeros árboles veías una profundidad sobrecogedora. A cualquier sitio que mirases siempre veías árboles de diferentes tamaños. Y detrás de ellos sólo había oscuridad. Por muy buena vista que tuvieras o lo mucho que alumbrases, no podías ver qué había después. La única forma de averiguarlo era adentrándose en el bosque, lo cual no era aconsejable.

Apenas nos quedaban unos minutos de luz cuando vimos a alguien echado sobre un árbol. Tenía vendas por el cuerpo y parecía estar cubierto de sangre. Iba a dirigirme hacia él cuando Band me agarró por el brazo.

-Ni se te ocurra acercarte a él- me dijo muy serio.- Lo mejor será que pasemos de largo.

-¿Por qué? Lo más seguro es que esté herido y necesite ayuda- le contesté preocupado.- No creo que sea ningún bandido.

Entonces hice un movimiento rápido con el brazo para que Brand me soltase y me dirigí a donde se encontraba aquella persona.

Cuando me acerqué lo suficiente a él pude ver que sostenía una espada en la mano derecha, agarrada al revés. Era una espada bastante grande y la hoja, que tenía una forma curva y se estrechaba por el centro, estaba completamente cubierta por vendas, exceptuando la punta. Estas vendas pasaban de la hoja al mango, del mango pasaban a su mano y de ahí al resto del brazo. Por extraño que parezca, tenía la espada sujeta a su brazo por las vendas, como si temiese a que se la arrebataran.

Me acerqué a él con cuidado y nuestros ojos se cruzaron. Tenía el pelo oscuro, un poco largo y desaliñado y le caía sobre la cara. Llevaba una chaqueta negra raída, sin la manga derecha y abierta sin nada más debajo y unos pantalones oscuros metidos en unas botas altas y también oscuras.

-Oye, ¿estás bien?- dije con un tono de preocupación en mi voz, aunque la respuesta era obvia.

-Sí- me respondió con un hilo de voz y comenzó a cerrar los ojos.

-¡No te duermas!- le grité con ansiedad.- Venga, tienes que aguantar. ¿Cuál es tu nombre? ¿Cuántos años tienes? ¿De dónde vienes? ¿Qué te ha pasado?

Entonces volvió a abrir los ojos y me miró. Aunque apenas había luz, pude ver que su ojo derecho era oscuro, marrón quizás. Pero su ojo izquierdo era azul, un azul claro como el agua de un río. Tenía la parte superior izquierda de la cara, desde debajo del ojo hasta la frente, manchada de algo que deduje que era sangre. No me pude fijar en mucho más porque empezó a ponerse en pie, ayudándose de su espada.

-Tengo diecisiete años- me dijo esbozando una sonrisa.- Del resto de preguntas no me he enterado bien, demasiado rápido para mí. ¿Quiénes sois?

-Me llamo Tim- dije mientras me giraba para buscar a mi compañero.- Y él es Brandom. Brand para los a...

-¡Ya basta, Tim!- me ordenó y le dirigió una mirada severa al desconocido.- Creo que eres tú el que debes responder ¿Qué hacías aquí tirado? ¿Quién eres? ¿Qué te ha pasado?

-Otra vez- dijo suspirando.- ¿Por qué me hacéis tantas preguntas seguidas?

El desconocido sonrió y yo le devolví una sonrisa. Pero el rostro de Brand seguía igual de serio y sus ojos solo decían una cosa: contesta.

-Está bien. Os responderé a algunas preguntas ya que habéis tenido el detalle de pararos a ver cómo se encontraba un desconocido que estaba a un lado del camino con un aspecto lamentable, además de ir armado- dijo sonriendo, pero luego hizo una mueca de dolor.- Bueno, respondiendo a tu primera pregunta, estaba descansando al borde del camino, disfrutando de la tranquilidad de la noche.

-Déjate de bromas- le dijo Brand.- Por si no te das cuentas estamos intentando ayudarte. No sé si te has visto, pero tienes un aspecto lamentable. Así que respóndenos sinceramente.

Parece ser que el tono con el que se lo dijo Brand convenció a aquel chaval, pues dejó de sonreír y miró al suelo.

-Vengo del interior del bosque. Tenía pensado ir a buscar ayuda cuando saliese, pero llegar hasta aquí me ha tomado más tiempo del que pensé. Y cómo ya estaba agotado y las heridas empezaban a molestarme, más de la cuenta, decidí descansar un rato. Quizás toda la noche.

-¿Esas heridas te las han hecho las bestias del bosque?- pregunté sin dejar de mirarle de arriba abajo.

Me fijé en que tenía el torso cubierto también de sangre y tres heridas visibles y recientes. Dos en el pecho y una en el costado derecho.

-No, estas heridas son de un combate que he tenido. Pero mucho más al norte- dijo lentamente e hizo una pausa, como si estuviese buscando las palabras.- Me las hice luchando contra un dragón.

Brand y yo tardamos un par de segundos en reaccionar. Ambos abrimos mucho los ojos y retrocedimos.

-¡¿Qué?!- grité en alto.- ¿Has dicho dragón? Eso es imposible.

Aunque había multitud de especies extrañas o mutadas debido a la radiación, todo el mundo sabía que los dragones no existían, que sólo eran bestias que aparecían en las historias. Aún así hay quien dice que hace mucho tiempo, cuando aquellos que usaban la magia se dedicaban a vagar por el planeta erradicando el mal, cuando las tierras estaban divididas en más de quince reinos e imperios y la guerra desolaba el planeta. En esa época, los dragones existían. Eran bestias inteligentes, algunos más que otros, claro. Unos vivían en paz lejos de la civilización mientras otros se dedicaban a sembrar el caos y la destrucción en las tierras de los humanos. Hasta que estos comenzaron a combatirlos. Pero con el tiempo esas historias se han convertido en cuentos para niños. Si es que no fueron eso desde el principio. No hay registros de ningún dragón en los últimos mil años, o incluso de años anteriores.

-No es imposible, era real- dijo desviando la mirada.- Pero sabía que no me ibais a creer.

-Es que no hay quien crea esa tontería- dijo seriamente Brand.

Al chaval pareció afectarle ese comentario y se volvió a sentar en el suelo, mirando hacia abajo.

-Ya os podéis marchar- nos dijo con la voz tan baja que parecía que hablaba consigo mismo.- Si no aceptáis mi historia, no quiero vuestra. Ya podéis marcharos.

Brand se encogió de hombros y, dándose la vuelta, siguió andando por el camino. Cuando se dio cuenta de que no le seguía se paró, me miró e hizo una mueca de desaprobación.

Yo estaba ayudando al chaval herido a levantarse. Entonces Brand masculló algo en voz baja y se acercó a nosotros. Pasó el brazo izquierdo del desconocido por encima de su cuello y sujetó su muñeca con su mano izquierda.

-Me da igual si te atacaron unos bandidos o unos lobos- replicó Brand.- O si de verdad piensas que eso te lo ha hecho un dragón. Pero por favor, vamos a movernos de aquí.

El chaval le sonrió pero Brand solo hizo un ademán con la cabeza. Después me miró a mí y yo le sonreí abiertamente. En el fondo estaba agradecido de que le ayudásemos, por muy mal que hubiésemos reaccionado a su historia.

-Y, ¿era grande el dragón?- le pregunté al rato de empezar a andar.

-Bastante grande, más grande que ninguna criatura que yo haya visto jamás- me respondió con una sonrisa.- Pero no pudo contra mí.

-¿Y podía volar? ¿Escupía fuego? ¿De qué color era? ¿Podía hablar?

-De nuevo demasiadas preguntas- nada más decirlo Brand soltó una risita.- Tranquilo, intentaré responder a todas.

Pero entonces oímos un ruido en el camino y varias siluetas aparecieron delante de nosotros. Nos paramos en cuando los vimos. Me pareció contar cuatro en total. Y, sinceramente, no creo que se hubiesen perdido ni nada por el estilo.

-¡Eh, vosotros!- exclamó una de las personas.- ¿Qué hacéis por aquí? ¿No sabéis que este camino nos pertenece?

Los otros empezaron a reírse y pude comprobar que todos eran hombres.

El chaval herido se apoyó en su espada hundiendo la punta en la tierra y retiró su brazo del cuello de Brand.

-No recuerdo haber visto ningún nombre ni ningún cartel- dijo mientras nos hacía señas para que le dejásemos a él hablar.

-Vaya, pero si tenemos a un gracioso- dijo la misma voz que había hablado antes, y le volvieron a acompañar las risas de sus compañeros.- A ver si te ríes tanto cuando te partamos esa cara de gracioso.

Entonces les hizo unas señas a los otros y dos de ellos comenzaron a avanzar hacia nosotros. Brand se puso a la defensiva y yo agarré con fuerza el mango de mi espada pero la mantuve envainada. Pero nuestro “mata dragones” dio un paso al frente y estiró su brazo izquierdo poniéndolo delante de Brand, indicándole que se calmara. Apoyándose en su espada vendada se enderezó. Era un poco más alto que yo, pero no podía competir con los cerca de dos metros de Brand.

Entonces desclavó su espada del suelo y tiró de un cabo de la venda deshaciendo así el nudo que había en la punta. Sin pensárselo dos veces se lanzó corriendo hacia los bandidos mientras la venda se soltaba mostrando la hoja de la espada.

Todo ocurrió muy deprisa. Pero pude observar como aquel chaval, cuando estuvo cerca del primer bandido, comenzó a girar sobre sí mismo a la vez que avanzaba. Un segundo más tarde ya estaba al otro lado del grupo de bandidos y no había bajado su espada aún cuando los bandidos fueron cayendo uno a uno al suelo. Y entonces comenzó a tambalearse hasta que se derrumbó.

Entre Brand y yo le llevamos a un sitio más seguro y lejos de donde nos asaltaron, no sin antes andar durante una media hora. Al final nos paramos entre unos árboles y decidimos montar ahí nuestro básico campamento. Brand y yo tomamos algo para cenar, y aquel chaval seguía dormido.

A mitad de la noche Brand se despertó por un ruido. Era el desconocido que estaba rebuscando en nuestras cosas.

-Sabía que no debíamos fiarnos de ti- dijo Brand cuando le vio.- Eres igual que esos de antes.

El chaval se giró rápidamente con los ojos desencajados y se llevo el dedo índice de su mano izquierda a los labios indicándole a Brand que bajase la voz.

-No es lo que piensas- le dijo en voz baja mientras le daba un trozo de papel.- Solo quería dejaros un mensaje antes de irme. Como no tenía nada pensé que a lo mejor vosotros tendríais. Pero no os he quitado nada.

Brand se quedó callado mientras leía la nota. Cuando acabó de leerla la dobló y se la guardó.

-¿No llevas nada encima?- le preguntó Brand.- ¿Comida? ¿Dinero?

-No tengo provisiones ni medicinas- le susurró el chaval.- Pero tengo algo de dinero.

Y cuando dijo eso golpeó el bolsillo izquierdo de su pantalón haciendo sonar unas monedas. Brand hizo una mueca de desaprobación y sin mediar palabra se dirigió a su mochila y comenzó a rebuscar.

-¿No puedes esperar a que amanezca?- dije cuando estaba lo suficientemente cerca de ellos.

Por su reacción, no debieron de darse cuenta de que estaba allí hasta que hablé. La verdad es que escuché toda la conversación. Y, sinceramente, no tenía ganas de que se fuera.

-Lo siento, Tim- dijo mientras me sonreía.- Pero quiero llegar cuanto antes a una ciudad para conseguir algo con lo que curarme las heridas.

-La ciudad más cercana está a un día a buen paso, como mínimo. Nosotros nos dirigimos a Lanins, por si cambias de opinión- le dijo Brand.- Y estando herido puede que tardes más. Vas a necesitar provisiones.

Entonces le cedió una bolsa de papel, que supongo que contenía unas provisiones para un día. Brand siempre había sido muy previsor, supongo que tendría más como esa.

-No te preocupes- dijo el chaval rechazando su oferta.- Pero pienso ir campo a través. Me dirijo a una ciudad al este. Creo que se llama Toxu o algo así.

-Tolsum- le corregí.- Sé cual es. Dicen que está llena de mercaderes que buscan protección. A lo mejor puedes ganarte unas monedas.

-Eso había pensado- dijo distraído.- Pero bueno, lo primero es recuperarme.

Brand le tendió la bolsa de papel y él acabó cogiéndola y dándole las gracias. Empezó a alejarse saludándonos con la mano. Entonces me acordé de una cosa. Fui corriendo a mi macuto y saqué uno de los botellines de zumo de bayas de Hyl, el que me quedaba. Fui corriendo hasta donde estaba el chaval y le di mi zumo.

-Es zumo de Hyl- le dije con una sonrisa en la cara.- Es el mejor, para mi gusto. Aunque es una pena, ya que frío es como más bueno está.

Él acabó cogiéndolo, me dio las gracias y siguió su camino. Yo me quedé un rato plantado mirando como se alejaba, hasta que Brand se me acercó y me hizo una señal para que siguiésemos con nuestro viaje.

Como ninguno de los dos podíamos dormir, decidimos que lo mejor sería que continuásemos andando por la noche. De esa forma llegaríamos antes a Lanins. Pero aún así se notaba que estábamos cansados, por lo que a un par de horas de que amaneciese decidimos parar y descansar un rato. Para entonces ya habíamos dejado atrás el camino del bosque y acampamos al raso. Nos despertamos con las primeras luces del alba, tomamos algo y seguimos nuestro camino.

Era ya por la tarde cuando llegamos a la ciudad. Atravesamos los suburbios y las zonas industriales y finalmente entramos a la parte urbana de la ciudad. Los edificios eran mucho más altos de los que yo había visto nunca y a lo lejos se divisaban alguno todavía mayores.

Seguimos avanzando por las calles siguiendo las indicaciones que venían en el mapa de mi pequeño ordenador. Tras cincuenta y cinco minutos de andar por aquellas tortuosas calles, por fin encontramos las oficinas del Cuerpo de Cazarrecompensas. Las Oficinas Mayores, claro. En toda ciudad que se prestase había una oficina para los cazarrecompensas. Un lugar donde poder cobrar las recompensas, buscar nuevos trabajos o enterarte de las últimas noticias. Aquellas eran un edificio alto pero no enorme. La fachada era blanca y tenía un letrero de letras rojas que rezaba: “Cuerpo de Cazarrecompensas”.

Cuando íbamos a entrar salió, entre otras personas, un hombre alto de pelo negro y con gafas de sol. Cuando pasó al lado nuestra, nuestras miradas se cruzaron un segundo. Yo seguí mirándole pero él siguió andando. Lo que más me llamó su atención no fue su gabardina plateada, sino el gran libro que llevaba a la espalda y que estaba sujeto a una correa que llevaba cruzada, de izquierda a derecha. Apenas pude fijarme en mucho más porque Brand y yo ya estábamos entrando por la puerta y él se alejaba.

Al entrar nos informamos y esperamos largo rato en colas inmensas para que luego nos mandasen a otras. Finalmente nos atendió una señorita que estaba más preocupada en cómo le caía el pelo por los lados que en atendernos. Nos pidió nuestras identificaciones. En aquel entonces las nuestras eran unas placas de metal con nuestro nombre y apellidos, no en mi caso, así como nuestra fecha de nacimiento y grupo sanguíneo. También tenía nuestro número de serie, ocho dígitos y un símbolo, que indicaba en qué ciudad te la hiciste. Ben me hizo mi identificación poco después de que nos conociésemos. El material del que estaba hecha también decía mucho de tu pasado o tu estatus social. Las nuestras indicaban que nos las habíamos hecho en los suburbios, aunque la ropa que llevábamos tampoco es que lo negase.

Pero nuestros problemas comenzaron después. Cuando nos mandaron, por tercera vez, a otra planta. Un señor trajeado nos atendió en una pequeña sala. Aunque nos recibió con una sonrisa, ni se terció en ofrecernos asiento.

-Creo que tenemos unos problemas con sus datos- nos dijo cuando entramos por la puerta.- Me temo que no tienen edad suficiente para ingresar como cazarrecompensas.

Aunque sólo dijo eso, yo sabía que lo que realmente quería decir era “tampoco tienen dinero suficiente”. Pero no quería montar un numerito en las oficinas del Cuerpo de Cazarrecompensas.

Aquel hombre siguió hablando y nos hizo un ademán para que nos sentáramos.

-Tú tienes edad suficiente para ser ayudante de algún cazarrecompensas- dijo dirigiéndose a Brand y después me miró a mí.- Pero tú, chaval, eres demasiado joven para que podamos añadirte a las listas de ayudantes. Lo siento mucho, pero necesitas tener dieciséis años. Deberás esperar

Cuando escuché eso, bajé la mirada. En mi mente sólo resonaban las últimas palabras que me había dicho. ¿Debería esperar? Después de llevar casi toda mi vida soñando con llegar allí. Después de años de trabajo en los suburbios. Después de planear el viaje y de pasar una noche cerca del bosque de Edhrierlym. ¿Después de todo lo que había pasado me dicen que debería esperar? Aún así me contuve y no dije nada.

El hombre le dijo a Brand todo lo que tenía que hacer para apuntarse como ayudante y después de eso nos despidió y salimos de la pequeña habitación. Tras caminar unos minutos por largos pasillos y bajar interminables escaleras, llegamos a la primera planta, la cual seguía llena de gente que iban y venían.

Yo comencé a ir hacia la cola para apuntarse a ayudante. Aunque estuviese malhumorado, no iba a largarme de ahí y dejar a Brand solo. Pero apenas había dado un par de pasos cuando me di cuenta de que Brand no venía conmigo. Iba en dirección a la puerta, y cuando se dio cuenta de que no estaba a su lado también se giró.

-¿A dónde vas?- le pregunté extrañado.

-Ya has oído- me dijo apuntando con la cabeza a las escaleras.- No podemos hacernos cazarrecompensas. Habrá que buscar algo que hacer hasta que podamos.

Por un momento se me pasó por la cabeza la idea de protestar pero no lo hice. Fui hasta donde estaba Brand y los dos empezamos a andar hacia la puerta. Pero cuando íbamos a salir, un hombre que estaba apoyado en la pared cerca de la puerta nos habló. Tendría poco más de cuarenta años y era de mediana estatura. Tenía el pelo negro, grasiento, con algunas entradas, echado hacia atrás y más corto por los lados. Llevaba unas gafas de sol de grandes cristales y una de las patillas estaba arreglada con cinta aislante. Tenía una cara hinchada y daba la impresión de que llevaba varios días sin afeitarse. Su camisa blanca tenía varias manchas oscuras, posiblemente de café, y sobre ella una chaqueta corta marrón. Sus pantalones también eran marrones y muy holgados, aunque una parte quedaba oculta por su gran barriga. Sus zapatos asomaban debajo de los pantalones y eran oscuros.

-¡Ey!, chicos. Parece que tenéis problemas- nos dijo con una sonrisa pícara en el rostro mientras se quitaba las gafas.- Pero, ¿dónde están mis modales? Mi nombre es Urmont, y creo que sé cómo ayudaros. Encantado de conoceros

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