jueves, 6 de junio de 2013

Capítulo 1

Otro chaval de los suburbios 

Alhenrir era la capital del Nuevo reino de Varhlem. Era una gran ciudad que se encontraba en mitad del reino y desde donde se conectaban todas las ciudades. Alhenrir era una de las muchas ciudades del norte que habían sobrevivido a la gran explosión de la Tercera Guerra Prohibida. Como casi todas las ciudades que fueron protegidas por un escudo, la ciudad estaba dividida en dos y tenía una estructura circular. En el centro de la ciudad se encontraban los barrios adinerados y más alejados los de menos estatus económico. Después de estos barrios venían las industrias y todas las fábricas. La zona industrial acababa donde una vez estuvieron los escudos, que ahora solo son chatarra amontonada o una pequeña barrera de metal inservible en el mejor de los casos. Otras ciudades crecieron mucho y la zona industrial iba más allá de los antiguos escudos.

Pero las fábricas de Alhenrir, aunque fuese una gran ciudad, no pasaban del pequeño muro creado por los restos de escudos. Como en todas las ciudades, tras las fábricas y el muro de chatarra, se encontraban los suburbios.

Los suburbios eran grandes extensiones de tierra que rodeaban a la ciudad y muchas veces no eran considerados parte de ella. La parte más cercana estaba llena de desechos de las fábricas: trozos de metal y piezas sueltas de maquinarias que convertían esta zona en un vertedero en toda regla. Si tenías suerte encontrabas algún objeto que habría arrojado algún ricachón y que estuviese casi nuevo, pero la mayor parte de los materiales que se encontraban allí resultaban inservibles o eran utilizados por los habitantes de allí. En algunas ciudades, estos deshechos se llevaban al otro lado de los suburbios, para que no estuviesen tan cerca de la ciudad. Un poco más alejado de las industrias comenzaban a aparecer las primeras chozas o viviendas, si se podían llamar así, en donde se instalaban los vagabundos, aquellas personas a las que no le había sonreído la fortuna o a los que los bandidos les habían arrebatado todo, como a mí. Vivían alejados para no exponerse a los residuos expulsados por las fábricas, aunque la gente creyese que era por no acercarse a los habitantes de los otros barrios.

Algunos suburbios estaban mejor estructurados que otros. Unos estaban divididos en pequeños barrios. Otros tenían separadas las zonas dependiendo del tipo de chatarra que se acumulase allí. Pero los de Alhenrir superaban con creces al resto de las ciudades. Después de las montañas de deshechos que se acumulaban detrás del pequeño muro, se extendía otra ciudad. Había calles con viviendas a ambos lados, así como pequeños comercios. Las más comunes eran aquellas donde se intercambiaba de todo, desde comida hasta ropa o incluso un trozo de metal que podías usar para defenderte. Pero luego había una zona donde lo único que había eran tiendas. Allí se compraban las cosas, con dinero de verdad. De donde procedía ese dinero no importaba mientras tuvieses suficiente para pagar lo que te llevabas. También había varios talleres, donde le daban forma a la chatarra que obtenían.

Nuestra historia comienza en esta ciudad. En los suburbios de esta ciudad, para ser exactos. En una de las zonas más  concurridas de los suburbios, en el mercado.

-¡Eh chaval! ¡Vuelve aquí ahora mismo, ladrón!

De una de las tiendas sale rápidamente un chico de quince años. Llevaba una chaqueta abierta de cuero naranja y muy gastada que le quedaba demasiado grande. Casi le llegaba por las rodillas y, a pesar de tener las magas subidas, las costuras de los hombros le caían por el brazo. Debajo de la chaqueta tenía una camiseta blanca con varias manchas de grasa. Sus pantalones eran grises, con varios bolsillos y los bajos estaban metidos en unas altas botas de cuero marrón oscuro que tenían las punteras metálicas. Llevaba unos guantes de cuero, también marrón, que pasada la muñeca se abrían un poco. Sobre la cabeza, unos grandes auriculares redondos, verdes y negros desentonaban con el resto de su atuendo. Parecían demasiado buenos en comparación con la ropa tan gastada que llevaba. Tenía el pelo castaño, un poco largo y descuidado. Sus ojos eran pardos oscuros y de su cara no se borraba una sonrisa.

Después de salir de la tienda con las manos apretando algo contra su pecho, comenzó a perderse entre la multitud y entrar por callejones estrechos. En cinco minutos estaba jadeando ante la puerta de un taller.

Apenas había recuperado el aliento cuando un hombre de unos treinta años, alto, rubio y con un mono de trabajo apareció por la puerta del taller.

-¿Lo conseguiste?- le dijo al chaval sonriendo.- Tim.

Sí, ese chaval con la ropa destrozada que acababa de robar en una tienda era yo. Y sí, vivía en los suburbios de Alhenrir. Me ganaba la vida como mecánico y me encantaba, además de tener asegurado un plato de comida cada día. En los dos primeros años que estuve en los suburbios aprendí más sobre el funcionamiento de máquinas y cómo arreglarlas que lo que pueden llegar a saber cualquiera de los mejores mecánicos del continente. Y, aunque esté mal decirlo, tenía un don para las máquinas. Podía saber cuál era la avería con observarla unos minutos o tener el aparato averiado en mis manos. La gente de los talleres me tenía como un genio, aunque mi fama no pasaba de esa zona de los suburbios.

-Tengo el conector- dije levantando un objeto envuelto en un trapo.- Creo que no voy a acercarme por esa zona en una temporada.

El hombre me sonrió y poniendo una mano sobre mi cabeza me frotó el pelo. Yo di un salto hacia atrás de manera instintiva.

-Sabes que odio que me hagan eso- le reproché.- Ahora debo acabar de arreglar el motor o no podré correr.

Entré en el taller y me dirigí hacia el fondo a arreglar mi moto, que estaba tapada por una lona.

Tenía dos ruedas, lo cual no era muy común, y estas eran muy grandes, del mismo ancho que el chasis. La parte de alante acababa en un gran foco y el cristal estaba lo suficientemente levantado para proteger al conductor. En los laterales tenía unos compartimentos donde meter las piernas. No estaba pintada y se notaba que las piezas habían sido recogidas a destiempo y de diferentes sitios. Visto de primeras te costaba creer que algo como eso se moviese siquiera. Pero lo único que le faltaba era la pieza que acababa de adquirir.

Retiré el trapo que envolvía el conector. Era un cilindro metálico que por un lado tenía una extraña clavija y del otro salían tres cables de diferentes colores. En el cilindro ponía “modelo CL-5”. No era nada del otro mundo pero era algo que escaseaba en los suburbios.

Tardé unos diez minutos en instalarlo y otros cinco en hacerlo funcionar. Tras seis meses de duro trabajo, mi moto por fin funcionaba. Bueno, teóricamente funcionaba. No podría saberlo hasta la carrera.

-¿Cómo la ves, Mark?- le pregunté al mecánico que me observaba detrás mía.

-Una maravilla, siento no tener la pintura que me pediste para la carrera.

-No importa, mientras tenga combustible- dije dándole unos golpecitos al lateral del vehículo.

-Deberías dar una vuelta, desde la última carrera no te montas en una- dijo Mark señalando con un pulgar por encima de su hombro a la puerta del taller.- Además, dicen que da mala suerte comenzar una carrera con una moto nueva.

Me quedé un rato mirándola hasta que decidí montarme. Rebusqué entre los bolsillos de mi pantalón hasta que encontré un pequeño cubo metálico que colgaba de una arandela. Introduje el cubo en un pequeño hueco en la parte de arriba y una pequeña luz azul se encendió. El motor se puso en marcha y al escucharlo rugir, un escalofrío me recorrió la espalda. Metí las piernas en los protectores y pise levemente el acelerador.

En cuestión de segundos la moto comenzó a moverse y salió por la puerta del taller. La gente y los edificios me pasaban a los lados y el aire acariciaba mi rostro. Aumenté la velocidad y salí a una zona más amplia. Mientras aumentaba la velocidad, comencé a inclinarme hacia delante. Tras dar unas vueltas a un montón de escombros decidí ir hacia la zona donde tendría lugar la carrera.

Las carreras la organizaban un grupo de personas con gran influencia en los suburbios. Por lo general no participaban más de seis personas. En mi última carrera mi vehículo quedó destrozado tras un accidente, el cual no fue culpa mía. Fue provocado.

En los suburbios existe una banda llamada “Los Corredores Infernales”. Si no conseguían destrozar el vehículo de otro corredor antes de la carrera, lo hacían durante esta. De mi última carrera solo pude salvar unas pocas piezas sueltas y una rueda.

En mi primera carrera el corredor de esta banda consiguió reventarme las ruedas, pero aún así quedé segundo. Creo que fue esto lo que consiguió que Mark se fijara en mí, eso y mi habilidad con las máquinas.

A partir de esa carrera siempre corría bajo la protección de Mark. Esto no tendría importancia si no fuese porque Mark era una de las personas con mayor fama en los suburbios. No hace falta deciros que era uno de los organizadores de las carreras.

En la carrera de ese día solo participábamos cuatro personas. Por desgracia dos de ellas pertenecían a Los Corredores Infernales. Pero yo ya había aprendido el funcionamiento de esas carreras. Sólo había una regla. Todo valía.

Llegué al lugar donde comenzaba la carrera antes de tiempo. Sólo había un corredor, el otro que no pertenecía a aquella banda de delincuentes, porque es lo que eran. Le había visto un par de veces. Llevaba la típica moto estándar con dos ruedas delanteras y una de menor tamaño atrás. Tenía un armazón que le daba protección al conductor y le obligaba a ir echado hacia delante. Sin duda le haría falta. Estaba pintada de color amarillo, demasiado intenso para mi gusto, y con varias franjas negras.

Le saludé nada más llegar y me coloqué en mi sitio. Comencé a revisar todas las cosas, por si algo podía romperse o fallar durante la carrera.

Durante mi revisión aparecieron Los Corredores Infernales. Nos dijeron algo al otro participante y a mí, pero no presté atención.

Nos avisaron que la carrera estaba a punto de comenzar y cada uno se fue a su puesto. No explicaron que solo era una vuelta. Teníamos que atravesar todo el campo de escombros, llegar a las afueras por una calle no muy amplia, dar la vuelta en una señal que se había colocado y volver por una de las calles de la zona comercial que habían despejado para la carrera. Después teníamos que llegar justo al muro que nos separaba de la zona industrial, donde habría otra señal, y volver a la línea de meta.

El circuito era fácil, había corrido circuitos peores con vehículos peores. Pero no me lo pondrían nada fácil. Las motos de los otros corredores no eran tan buenas como la mía, aunque parecieran mucho mejores.

Las motos de Los Corredores Infernales eran dos motos adornadas con pinchos y que daban la sensación de albergar cualquier tipo de trampa en su interior. La de uno tenía tres ruedas, similar al otro corredor, pero la del otro tenía cuatro ruedas muy juntas y más finas que las normales.

Conseguí ver a Mark a lo lejos y le saludé con la mano. Él me devolvió el saludo y se me quedó mirando un instante muy fijamente. Acto seguido me sonrió y asintió.

Unos focos comenzaron a iluminarse. Cuando los cinco estuviesen encendidos comenzaría la carrera. Me sudaban las manos y empezaba a inundarme una intensa sensación de calor. Ladeé la cabeza y me quité mis preciados auriculares. Los guardé en un compartimiento que había hecho especialmente para ellos. Me aseguré de que las protecciones de los laterales estuviesen bien ajustadas a mis piernas. Después de esto me puse un casco, si es que se le podía llamar así. Eran unos refuerzos que se ajustaban a mi cabeza mediante un sistema que parece más complejo de lo que era en realidad. Me protegían la parte de atrás de la cabeza, barbilla, laterales de la cara, frente y unas lentes me protegían los ojos. Todo esto era relativo, ya que si me estrellaba y caía de cara nada de eso me libraría de un final trágico.

Tres luces encendidas.

Apenas pude fijarme en los demás, pero sus cascos eran mucho mejores que el mío, por lo menos a simple vista.

Cuatro luces encendidas.

Pude ver que el corredor de la moto de tres ruedas de la dichosa banda había comenzado a toquetear cosas de su moto.

Cuando la quinta luz se iluminó todos los pensamientos y sospechas desaparecieron de mi mente. Hice un ligero movimiento con mis pies y el motor rugió. Me incliné hacia delante lo más rápido que pude y apreté el manillar con fuerza.

Mi moto salió casi al mismo tiempo que el resto, pero aún así comencé segundo. Lo único malo es que tenía delante a uno de los de Los Corredores Infernales, el de la moto de cuatro ruedas.

Empecé a alcanzarle pero consiguió entrar primero en la calle estrecha, por lo que era casi imposible que pudiese adelantarlo. Mi única oportunidad sería cuando llegásemos a la señal.

Estaba pensando miles de posibles adelantamientos cuando escuché un extraño ruido detrás de mí seguido de un fogonazo. Después de esto escuché uno golpe seco y unas piezas de chatarra volaron por encima de mi cabeza. Ya habían comenzado a hacer trampa, antes de lo normal. Eso solo significaba que querían conseguir el premio como fuese. Pero yo no se lo pensaba dejar tan fácil, yo necesitaba el premio.

Cuando estábamos a punto de salir de la calle decidí que era hora de usar uno de mis trucos. Había estado esquivando todas las cosas que estaba “dejando caer” el que llevaba delante y también las que me lanzaba el que tenía detrás. Entonces saqué un botecito y lo abrí. Unos polvos se esparcieron por el aire. Si el de detrás no llevaba protección en los ojos no podría ver hasta pasados veinte minutos. Por desgracia sí que llevaba. Aún así, esto le hizo frenar un poco.

Acto seguido lancé unos trozos de metal afilados como dientes de dririon del norte. Sí, ya sabéis. Esas bestias salvajes de pelaje grisáceo y hocico alargado, que suelen ir en grupos de diez y como te encuentres con ellos más vale que corras o acabarás mal.

El que llevaba atrás aún estaba maldiciéndome por los polvos que eché y apenas vio los pinchos. Giró en el último momento pero un par de ellos lograron clavarse en la rueda trasera y está rápidamente se quedó sin aire.

La moto empezó a dar tumbos hasta que el motorista saltó y la moto salió rodando hasta que chocó con cualquier cosa y empezó a arder. Para entonces yo ya había girado en la señal y comenzaba a acercarme al primero. Más adelante la calle empezaría a estrecharse, por lo que no tenía mucho tiempo.

El otro corredor comenzó a lanzar todos sus trucos, pero los esquivaba sin problemas. Pero entonces sacó un arma de descargas. Por supuesto que no estaban permitidas, pero en esa zona no había vigilancia. Si una descarga de las que lanzaba alcanzaba mi moto freiría los fusibles y no podría acabar la carrera. Comencé a acercarme pero manteniendo una distancia considerable. Entonces pulsé un par de botones y un arpón salió de la parte frontal de mi moto y se clavó en la moto que tenía delante. Comencé a frenar y acelerar hasta que el otro corredor tuvo que dejar su arma y estabilizar su moto.

Pulsé otro botón. La cuerda que salía de mi moto se soltó. Aceleré y adelanté al otro motorista. Atravesé la calle del mercado a gran velocidad y llegué a la otra señal. Giré y pude ver que la otra moto comenzaba a acercarse. Decidí no pensar demasiado y acelerar hasta que cruzase la línea de meta. Pero cuando estaba a punto de llegar una descarga me pasó rozando. Conseguí esquivar otra pero tenía que recuperar el equilibrio. Y entonces me alcanzó una tercera.

Me dio en la parte trasera de la moto, consiguió destrozar la rueda y mi moto comenzó a elevarse por la parte de atrás. Entonces vi que los sistemas comenzaban a apagarse. Quité todos los frenos y aceleré todo lo que pude hasta que mi moto se apagó, literalmente. Pero entonces otra descarga volvió a golpear mi vehículo, y esto destrozó la parte de atrás y mi pantalón quedó hecho trizas. Aún así este fue el empujón que necesitaba. Logré cruzar la línea de meta antes que el otro motorista, pero no conseguí parar mi moto. Acabé saltando y vi mi moto dar vueltas y estrellarse contra un obstáculo. Lo siguiente fue un montón de chatarra y varias personas acercándose. La primera era Mark. Todo empezó a nublarse y comencé a cerrar los ojos. Las voces empezaron a alejarse. Pero entonces me acordé de algo.

No podía desmayarme. Me levanté de un salto y fui directo a los restos de mi moto. Comencé a buscar desesperadamente entre los trozos de metal humeantes hasta que la encontré. Una caja metálica. Entonces me agaché, la abrí y saqué mis preciados auriculares. Apenas me los había puesto cuando Mark me dio una cajita de cartón, me agarró del brazo indicándome que le acompañara.

-No te aconsejo que te quedes ahí mucho rato- me susurró.- Los Corredores Infernales van a enfadarse mucho.

-Bueno, que se enfaden- dije sonriendo.- En cuanto tenga listo eso me voy a marchar.

Mark me sonrió pero sus ojos reflejaban una profunda tristeza. Seguimos el resto del camino hasta el taller sin hablar. Cuando llegamos encontramos el taller vacío. Aún así comenzamos a trabajar.

Parecía que lo habíamos ensayado todo. Yo comencé a montar cuidadosamente unas piezas y Mark me iba pasando herramientas y varios componentes. Uno de los últimos fue el que estaba dentro de la caja de cartón. Era mi trofeo. Aunque no lo creáis, gané la carrera. Si el piloto, y parte de su vehículo, cruza la línea de meta el primero y sigue vivo para contarlo, gana la carrera. Además de que los “jueces” vieron al otro motorista usando un arma prohibida en las carreras. Mis trucos no estaban prohibidos, me los aconsejó Mark. En la caja había una pantalla muy fina. Era la única pieza que me faltaba y era muy difícil de conseguir.

Como Mark era uno de los encargados de preparar las carreras, eligió esa pieza como trofeo. Era una pantalla genial, no creo que en la ciudad se pudiese encontrar algo mejor. Aunque no lo parezca, en los suburbios podías encontrar cosas mejores que en la ciudad, no de una manera muy legal, pero mejores.

Coloqué la pantalla con cuidado, un protector transparente de plástico resistente encima y le puse la carcasa. Por fin acabé mi gran proyecto. Parecía un brazalete a simple vista, pero era todo un ordenador. Tenía algunas piezas muy buenas, aunque otras tendrían que cambiarse en el futuro por algunas de mayor calidad. Cuando lo encendí mí cara se iluminó de alegría. Lo programé en unos minutos y lo sincronicé con mis auriculares. Al cabo de diez minutos ya tenía música suficiente para un largo viaje, así como acceso a varios mapas que podían ser de gran ayuda. También conseguí unos programas para tener acceso a algunos satélites que podrían serme de ayuda, como meteorológicos y algunos comerciales. Tenía un mecanismo que hacía que se ajustase al brazo, además de tener una almohadilla para que no me hiciera daño al llevarlo puesto.

Se lo enseñé a Mark y le di un abrazo.

-Muchas gracias, de verdad- le dije con un hilo de voz.- Sin tu ayuda no lo hubiera conseguido.

-No, gracias a ti por trabajar aquí. Nos has enseñado mucho. Espero que te vaya bien a donde vayas y procura hablar bien de mí.

-Quería pedirte un último favor. Quisiera ponerle el emblema del taller- dije mientras levantaba mi invento.

Mark asintió y se giró a buscar las cosas necesarias para grabar el emblema, pero yo sabía que estaba llorando. Pasados unos minutos salí del taller y me dirigí a las afueras de los suburbios, donde vivía.

Vivía en un pequeño campamento. Fue donde me acogieron nada más llegar y decidí quedarme allí. Además de que allí estaba al que había sido como un segundo padre para mí.

-Hola Ben- dije sacudiendo el brazo izquierdo con mi brazalete en él.- ¿A que no sabes quién ha ganado hoy una carrera?

Un hombre de más de cincuenta años, con el pelo largo y canoso y la barba descuidada se giró y una sonrisa apareció en su rostro al verme.

-Me alegro mucho, joven Tim. Pero me temo que eso sólo significa una cosa. Llegó el momento de tu partida.

El viejo Ben me ayudó cuando llegué herido y hambriento. Me curó mi mano y me enseñó todo lo que sabía de esgrima y a ejercitar mi mente. Me consiguió ropa nueva y cosió algunas partes de mi chaqueta. También me introdujo en el mundo de la mecánica.

-Ni se te ocurra perderlo- me dijo señalando a mi guante derecho.- Me costó muchísimo conseguir ese milthium, y mucho más recubrir el interior.

El milthium era un mineral que tenía unas propiedades similares al acero, excepto que podía ser moldeable como la tela, aunque era una técnica muy antigua según me dijo Ben. Otra de sus características que lo hacían especial era que servía como aislante para las partículas de magia. Por ejemplo, si te encuentras en una habitación cerrada hecha con este material, las partículas de Roht, como decía Ben, del exterior no se veían afectadas.
Según entendí, mi herida no cicatrizaba por culpa de esta magia, ya que mi organismo interactuaba con ella. Una vez cicatrizó, gracias a los cuidados de Ben, siempre me dolía. Algunas veces el dolor era tan intenso que me desmayaba o enfermaba durante un par de días. Pero al tener bajo el guante una capa de mithium mi herida no me dolía apenas y la magia de mi alrededor no se veía afectada tampoco. Yo en aquel entonces no entendía casi nada. Pero el solo oír que mi cuerpo atraía la magia hacía que mi cuerpo se inundara de alegría y emoción.

-¿Sabes si Brand va a acompañarme?- le pregunte al anciano.

-Creo que el joven Brandom va a decidir comenzar su aventura junto a ti.

-Pues yo creo que no le caigo nada bien- dije haciendo una mueca.

-No hables sin saber, joven Tim. Eres como un...

-Un incordio- la voz sonó detrás de mí.- Eso es lo que eres.

Brand apareció entre la oscuridad. Era un chico dos años mayor que yo y demasiado alto para su edad, además de corpulento. Tenía la piel más oscura que la mía y el pelo negro y muy corto. Llevaba una camiseta oscura de manga larga y unos pantalones claros, aunque un poco gastados. A la espalda llevaba una gran mochila bien ajustada. Además llevaba sus brazaletes metálicos que le cubrían desde la muñeca hasta la mitad del antebrazo. Les tenía tanto aprecio como yo a mis auriculares.

-Hola Brand- le dije con una sonrisa en la cara.- Veo que ya te has enterado de que nos vamos esta noche.

-Después del numerito que has montado en la carrera no te queda otra. Yo solo voy porque el viejo me lo ha pedido.

Vi que Ben comenzaba a sonreír.

-¿Me has visto en la carrera?- se me iluminó la cara cuando lo dije.

-Para nada- contestó Brand serio.- Lo he escuchado por el mercado. Tenía que comprar unas últimas cosas. ¿Tú tienes todo listo?

-Por supuesto- dije mientras levantaba una especie de maletín de cuero cerrado con una correa bastante larga.

Brand me hizo un movimiento con la mano para que le siguiera. Cuando me levanté, Ben me agarró del brazo.

-Adelántate, Brandom- dijo seriamente.- Tengo que hablar con Tim un momento.

Brand asintió y comenzó a avanzar. Yo me volví a sentar, esperando expectante lo que tenía que decirme.

-¿Vas armado, Tim?- preguntó Ben tras pensarlo un poco.

-Llevo mi pistola para soldar- dije tras pensar un rato.- Y algunas herramientas pueden servirme.

La pistola para soldar era un aparato que hice en los primeros años que estuve en los suburbios. Tenía la forma de una pistola, aunque sin cañón. Tenía un pequeño cuadrado con algo parecido a un círculo que sobresalía. Cuando apretaba el gatillo, la pistola liberaba una gran cantidad de energía en forma de calor. Si la apoyaba sobre una plancha de metal, la parte sobre la que disparase se deformaría adoptando esa forma circular. Si colocaba otra chapa debajo ambas dos quedaban soldadas. Por eso le di ese nombre.

-Eso no es un arma en condiciones- dijo mientras se giraba y cogía un objeto alargado envuelto en un paño.- Esto sí es un arma en condiciones.

Entonces retiró el paño y mostró una espada. Yo recordaba esa espada. Ben me pidió que la arreglase poco después de que nos conociésemos.

La vaina era de cuero negro y la punta tenía un protector metálico, se lo puse porque tuve que cortar la vaina ya que quedaba muy grande. El mango no era muy largo y el guardamano sobresalía un poco de la empuñadura y luego bajaba en oblicuo hasta sobrepasar el pomo. La hoja era negra, solo tenía un filo y no era muy larga. Podía tener cinco centímetros de ancho pero no era muy gruesa. Al acabar el mango había una chapa que había puesto yo. La primera vez que la vi estaba partida en dos. Ben me pidió que uniese las dos partes y por eso tuve que ponerle un refuerzo. Este refuerzo era de milthium. Ben insistió mucho en ese detalle.

-Esta es tu espada- me dijo ofreciéndomela.- Hiciste un buen arreglo, aún sin saber que finalmente sería tuya.

Yo la cogí sin saber que decir. Ben me había contado una vez que aquella había sido su espada y que una vez estuvo encantada. Desde entonces yo quise tener un arma encantada y siempre le pedía a Ben que me hablase de lo que sabía y me contase historias. Pero tener esa espada en mis manos era un sueño que había dejado de perseguir hacía ya algunos años. Aquella noche ese sueño dormido despertó y mi interior comenzó a arder de emoción. No sabía que decir y las lágrimas comenzaron a aparecer en mis ojos.

-Eres un buen chico. Llegarás lejos- me dijo sonriendo.- Ahora debes partir. Debes perseguir tus sueños y no dejes que nadie te los arrebate.

Me sequé los ojos con el dorso de mi mano y abracé al que siempre sería mi maestro.

-Nunca podré agradecerte lo que has hecho por mí, y...- comencé a decir con un hilo de voz.

Ben levantó una mano haciéndome callar. Después me sonrió, era una sonrisa sincera.

-No creo que sea buena idea comenzar tarde tu aventura. Alcanza a Brandom antes de que se aleje más.

Asentí, le saludé una última vez y me alejé.

-Nunca dejes que nadie te detenga- susurró.- Sólo tú eres el dueño de tu destino.

Tardé un par de minutos en alcanzar a Brandom, seguía andando en dirección a Lanins. La ciudad donde estaban las oficinas del Cuerpo de Cazarrecompensas. Íbamos a convertirnos en cazarrecompensas. O eso creíamos cuando dejamos Alhenrir.

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