Otro chaval de los suburbios
Alhenrir era la capital del Nuevo reino de Varhlem. Era una
gran ciudad que se encontraba en mitad del reino y desde donde se conectaban
todas las ciudades. Alhenrir era una de las muchas ciudades del norte que
habían sobrevivido a la gran explosión de la Tercera Guerra Prohibida. Como
casi todas las ciudades que fueron protegidas por un escudo, la ciudad estaba
dividida en dos y tenía una estructura circular. En el centro de la ciudad se
encontraban los barrios adinerados y más alejados los de menos estatus
económico. Después de estos barrios venían las industrias y todas las fábricas.
La zona industrial acababa donde una vez estuvieron los escudos, que ahora solo
son chatarra amontonada o una pequeña barrera de metal inservible en el mejor
de los casos. Otras ciudades crecieron mucho y la zona industrial iba más allá
de los antiguos escudos.
Pero las fábricas de Alhenrir, aunque fuese una gran ciudad,
no pasaban del pequeño muro creado por los restos de escudos. Como en todas las
ciudades, tras las fábricas y el muro de chatarra, se encontraban los
suburbios.
Los suburbios eran grandes extensiones de tierra que
rodeaban a la ciudad y muchas veces no eran considerados parte de ella. La
parte más cercana estaba llena de desechos de las fábricas: trozos de metal y piezas
sueltas de maquinarias que convertían esta zona en un vertedero en toda regla.
Si tenías suerte encontrabas algún objeto que habría arrojado algún ricachón y
que estuviese casi nuevo, pero la mayor parte de los materiales que se
encontraban allí resultaban inservibles o eran utilizados por los habitantes de
allí. En algunas ciudades, estos deshechos se llevaban al otro lado de los
suburbios, para que no estuviesen tan cerca de la ciudad. Un poco más alejado
de las industrias comenzaban a aparecer las primeras chozas o viviendas, si se
podían llamar así, en donde se instalaban los vagabundos, aquellas personas a
las que no le había sonreído la fortuna o a los que los bandidos les habían
arrebatado todo, como a mí. Vivían alejados para no exponerse a los residuos
expulsados por las fábricas, aunque la gente creyese que era por no acercarse a
los habitantes de los otros barrios.
Algunos suburbios estaban mejor estructurados que otros. Unos
estaban divididos en pequeños barrios. Otros tenían separadas las zonas
dependiendo del tipo de chatarra que se acumulase allí. Pero los de Alhenrir
superaban con creces al resto de las ciudades. Después de las montañas de
deshechos que se acumulaban detrás del pequeño muro, se extendía otra ciudad.
Había calles con viviendas a ambos lados, así como pequeños comercios. Las más
comunes eran aquellas donde se intercambiaba de todo, desde comida hasta ropa o
incluso un trozo de metal que podías usar para defenderte. Pero luego había una
zona donde lo único que había eran tiendas. Allí se compraban las cosas, con
dinero de verdad. De donde procedía ese dinero no importaba mientras tuvieses
suficiente para pagar lo que te llevabas. También había varios talleres, donde
le daban forma a la chatarra que obtenían.
Nuestra historia comienza en esta ciudad. En los suburbios
de esta ciudad, para ser exactos. En una de las zonas más concurridas de los suburbios, en el mercado.
-¡Eh chaval! ¡Vuelve aquí ahora mismo, ladrón!
De una de las tiendas sale rápidamente un chico de quince
años. Llevaba una chaqueta abierta de cuero naranja y muy gastada que le
quedaba demasiado grande. Casi le llegaba por las rodillas y, a pesar de tener
las magas subidas, las costuras de los hombros le caían por el brazo. Debajo de
la chaqueta tenía una camiseta blanca con varias manchas de grasa. Sus
pantalones eran grises, con varios bolsillos y los bajos estaban metidos en
unas altas botas de cuero marrón oscuro que tenían las punteras metálicas. Llevaba
unos guantes de cuero, también marrón, que pasada la muñeca se abrían un poco.
Sobre la cabeza, unos grandes auriculares redondos, verdes y negros
desentonaban con el resto de su atuendo. Parecían demasiado buenos en
comparación con la ropa tan gastada que llevaba. Tenía el pelo castaño, un poco
largo y descuidado. Sus ojos eran pardos oscuros y de su cara no se borraba una
sonrisa.
Después de salir de la tienda con las manos apretando algo
contra su pecho, comenzó a perderse entre la multitud y entrar por callejones estrechos.
En cinco minutos estaba jadeando ante la puerta de un taller.
Apenas había recuperado el aliento cuando un hombre de unos treinta
años, alto, rubio y con un mono de trabajo apareció por la puerta del taller.
-¿Lo conseguiste?- le dijo al chaval sonriendo.- Tim.
Sí, ese chaval con la ropa destrozada que acababa de robar
en una tienda era yo. Y sí, vivía en los suburbios de Alhenrir. Me ganaba la
vida como mecánico y me encantaba, además de tener asegurado un plato de comida
cada día. En los dos primeros años que estuve en los suburbios aprendí más
sobre el funcionamiento de máquinas y cómo arreglarlas que lo que pueden llegar
a saber cualquiera de los mejores mecánicos del continente. Y, aunque esté mal
decirlo, tenía un don para las máquinas. Podía saber cuál era la avería con
observarla unos minutos o tener el aparato averiado en mis manos. La gente de
los talleres me tenía como un genio, aunque mi fama no pasaba de esa zona de
los suburbios.
-Tengo el conector- dije levantando un objeto envuelto en un
trapo.- Creo que no voy a acercarme por esa zona en una temporada.
El hombre me sonrió y poniendo una mano sobre mi cabeza me
frotó el pelo. Yo di un salto hacia atrás de manera instintiva.
-Sabes que odio que me hagan eso- le reproché.- Ahora debo
acabar de arreglar el motor o no podré correr.
Entré en el taller y me dirigí hacia el fondo a arreglar mi
moto, que estaba tapada por una lona.
Tenía dos ruedas, lo cual no era muy común, y estas eran muy
grandes, del mismo ancho que el chasis. La parte de alante acababa en un gran
foco y el cristal estaba lo suficientemente levantado para proteger al
conductor. En los laterales tenía unos compartimentos donde meter las piernas.
No estaba pintada y se notaba que las piezas habían sido recogidas a destiempo
y de diferentes sitios. Visto de primeras te costaba creer que algo como eso se
moviese siquiera. Pero lo único que le faltaba era la pieza que acababa de
adquirir.
Retiré el trapo que envolvía el conector. Era un cilindro
metálico que por un lado tenía una extraña clavija y del otro salían tres
cables de diferentes colores. En el cilindro ponía “modelo CL-5” . No era nada del otro mundo
pero era algo que escaseaba en los suburbios.
Tardé unos diez minutos en instalarlo y otros cinco en
hacerlo funcionar. Tras seis meses de duro trabajo, mi moto por fin funcionaba.
Bueno, teóricamente funcionaba. No podría saberlo hasta la carrera.
-¿Cómo la ves, Mark?- le pregunté al mecánico que me
observaba detrás mía.
-Una maravilla, siento no tener la pintura que me pediste
para la carrera.
-No importa, mientras tenga combustible- dije dándole unos
golpecitos al lateral del vehículo.
-Deberías dar una vuelta, desde la última carrera no te
montas en una- dijo Mark señalando con un pulgar por encima de su hombro a la
puerta del taller.- Además, dicen que da mala suerte comenzar una carrera con
una moto nueva.
Me quedé un rato mirándola hasta que decidí montarme.
Rebusqué entre los bolsillos de mi pantalón hasta que encontré un pequeño cubo
metálico que colgaba de una arandela. Introduje el cubo en un pequeño hueco en
la parte de arriba y una pequeña luz azul se encendió. El motor se puso en
marcha y al escucharlo rugir, un escalofrío me recorrió la espalda. Metí las
piernas en los protectores y pise levemente el acelerador.
En cuestión de segundos la moto comenzó a moverse y salió
por la puerta del taller. La gente y los edificios me pasaban a los lados y el
aire acariciaba mi rostro. Aumenté la velocidad y salí a una zona más amplia.
Mientras aumentaba la velocidad, comencé a inclinarme hacia delante. Tras dar
unas vueltas a un montón de escombros decidí ir hacia la zona donde tendría
lugar la carrera.
Las carreras la organizaban un grupo de personas con gran influencia
en los suburbios. Por lo general no participaban más de seis personas. En mi
última carrera mi vehículo quedó destrozado tras un accidente, el cual no fue culpa
mía. Fue provocado.
En los suburbios existe una banda llamada “Los Corredores
Infernales”. Si no conseguían destrozar el vehículo de otro corredor antes de
la carrera, lo hacían durante esta. De mi última carrera solo pude salvar unas
pocas piezas sueltas y una rueda.
En mi primera carrera el corredor de esta banda consiguió
reventarme las ruedas, pero aún así quedé segundo. Creo que fue esto lo que
consiguió que Mark se fijara en mí, eso y mi habilidad con las máquinas.
A partir de esa carrera siempre corría bajo la protección de
Mark. Esto no tendría importancia si no fuese porque Mark era una de las
personas con mayor fama en los suburbios. No hace falta deciros que era uno de
los organizadores de las carreras.
En la carrera de ese día solo participábamos cuatro
personas. Por desgracia dos de ellas pertenecían a Los Corredores Infernales.
Pero yo ya había aprendido el funcionamiento de esas carreras. Sólo había una
regla. Todo valía.
Llegué al lugar donde comenzaba la carrera antes de tiempo.
Sólo había un corredor, el otro que no pertenecía a aquella banda de
delincuentes, porque es lo que eran. Le había visto un par de veces. Llevaba la
típica moto estándar con dos ruedas delanteras y una de menor tamaño atrás.
Tenía un armazón que le daba protección al conductor y le obligaba a ir echado
hacia delante. Sin duda le haría falta. Estaba pintada de color amarillo,
demasiado intenso para mi gusto, y con varias franjas negras.
Le saludé nada más llegar y me coloqué en mi sitio. Comencé
a revisar todas las cosas, por si algo podía romperse o fallar durante la
carrera.
Durante mi revisión aparecieron Los Corredores Infernales.
Nos dijeron algo al otro participante y a mí, pero no presté atención.
Nos avisaron que la carrera estaba a punto de comenzar y
cada uno se fue a su puesto. No explicaron que solo era una vuelta. Teníamos
que atravesar todo el campo de escombros, llegar a las afueras por una calle no
muy amplia, dar la vuelta en una señal que se había colocado y volver por una
de las calles de la zona comercial que habían despejado para la carrera.
Después teníamos que llegar justo al muro que nos separaba de la zona industrial,
donde habría otra señal, y volver a la línea de meta.
El circuito era fácil, había corrido circuitos peores con
vehículos peores. Pero no me lo pondrían nada fácil. Las motos de los otros
corredores no eran tan buenas como la mía, aunque parecieran mucho mejores.
Las motos de Los Corredores Infernales eran dos motos
adornadas con pinchos y que daban la sensación de albergar cualquier tipo de
trampa en su interior. La de uno tenía tres ruedas, similar al otro corredor,
pero la del otro tenía cuatro ruedas muy juntas y más finas que las normales.
Conseguí ver a Mark a lo lejos y le saludé con la mano. Él
me devolvió el saludo y se me quedó mirando un instante muy fijamente. Acto
seguido me sonrió y asintió.
Unos focos comenzaron a iluminarse. Cuando los cinco
estuviesen encendidos comenzaría la carrera. Me sudaban las manos y empezaba a inundarme
una intensa sensación de calor. Ladeé la cabeza y me quité mis preciados
auriculares. Los guardé en un compartimiento que había hecho especialmente para
ellos. Me aseguré de que las protecciones de los laterales estuviesen bien
ajustadas a mis piernas. Después de esto me puse un casco, si es que se le
podía llamar así. Eran unos refuerzos que se ajustaban a mi cabeza mediante un
sistema que parece más complejo de lo que era en realidad. Me protegían la
parte de atrás de la cabeza, barbilla, laterales de la cara, frente y unas
lentes me protegían los ojos. Todo esto era relativo, ya que si me estrellaba y
caía de cara nada de eso me libraría de un final trágico.
Tres luces encendidas.
Apenas pude fijarme en los demás, pero sus cascos eran mucho
mejores que el mío, por lo menos a simple vista.
Cuatro luces encendidas.
Pude ver que el corredor de la moto de tres ruedas de la
dichosa banda había comenzado a toquetear cosas de su moto.
Cuando la quinta luz se iluminó todos los pensamientos y
sospechas desaparecieron de mi mente. Hice un ligero movimiento con mis pies y
el motor rugió. Me incliné hacia delante lo más rápido que pude y apreté el
manillar con fuerza.
Mi moto salió casi al mismo tiempo que el resto, pero aún
así comencé segundo. Lo único malo es que tenía delante a uno de los de Los
Corredores Infernales, el de la moto de cuatro ruedas.
Empecé a alcanzarle pero consiguió entrar primero en la
calle estrecha, por lo que era casi imposible que pudiese adelantarlo. Mi única
oportunidad sería cuando llegásemos a la señal.
Estaba pensando miles de posibles adelantamientos cuando
escuché un extraño ruido detrás de mí seguido de un fogonazo. Después de esto escuché
uno golpe seco y unas piezas de chatarra volaron por encima de mi cabeza. Ya
habían comenzado a hacer trampa, antes de lo normal. Eso solo significaba que
querían conseguir el premio como fuese. Pero yo no se lo pensaba dejar tan
fácil, yo necesitaba el premio.
Cuando estábamos a punto de salir de la calle decidí que era
hora de usar uno de mis trucos. Había estado esquivando todas las cosas que
estaba “dejando caer” el que llevaba delante y también las que me lanzaba el
que tenía detrás. Entonces saqué un botecito y lo abrí. Unos polvos se
esparcieron por el aire. Si el de detrás no llevaba protección en los ojos no
podría ver hasta pasados veinte minutos. Por desgracia sí que llevaba. Aún así,
esto le hizo frenar un poco.
Acto seguido lancé unos trozos de metal afilados como
dientes de dririon del norte. Sí, ya sabéis. Esas bestias salvajes de pelaje grisáceo
y hocico alargado, que suelen ir en grupos de diez y como te encuentres con
ellos más vale que corras o acabarás mal.
El que llevaba atrás aún estaba maldiciéndome por los polvos
que eché y apenas vio los pinchos. Giró en el último momento pero un par de
ellos lograron clavarse en la rueda trasera y está rápidamente se quedó sin
aire.
La moto empezó a dar tumbos hasta que el motorista saltó y
la moto salió rodando hasta que chocó con cualquier cosa y empezó a arder. Para
entonces yo ya había girado en la señal y comenzaba a acercarme al primero. Más
adelante la calle empezaría a estrecharse, por lo que no tenía mucho tiempo.
El otro corredor comenzó a lanzar todos sus trucos, pero los
esquivaba sin problemas. Pero entonces sacó un arma de descargas. Por supuesto
que no estaban permitidas, pero en esa zona no había vigilancia. Si una
descarga de las que lanzaba alcanzaba mi moto freiría los fusibles y no podría
acabar la carrera. Comencé a acercarme pero manteniendo una distancia
considerable. Entonces pulsé un par de botones y un arpón salió de la parte
frontal de mi moto y se clavó en la moto que tenía delante. Comencé a frenar y
acelerar hasta que el otro corredor tuvo que dejar su arma y estabilizar su
moto.
Pulsé otro botón. La cuerda que salía de mi moto se soltó.
Aceleré y adelanté al otro motorista. Atravesé la calle del mercado a gran
velocidad y llegué a la otra señal. Giré y pude ver que la otra moto comenzaba
a acercarse. Decidí no pensar demasiado y acelerar hasta que cruzase la línea
de meta. Pero cuando estaba a punto de llegar una descarga me pasó rozando.
Conseguí esquivar otra pero tenía que recuperar el equilibrio. Y entonces me
alcanzó una tercera.
Me dio en la parte trasera de la moto, consiguió destrozar
la rueda y mi moto comenzó a elevarse por la parte de atrás. Entonces vi que
los sistemas comenzaban a apagarse. Quité todos los frenos y aceleré todo lo
que pude hasta que mi moto se apagó, literalmente. Pero entonces otra descarga
volvió a golpear mi vehículo, y esto destrozó la parte de atrás y mi pantalón
quedó hecho trizas. Aún así este fue el empujón que necesitaba. Logré cruzar la
línea de meta antes que el otro motorista, pero no conseguí parar mi moto.
Acabé saltando y vi mi moto dar vueltas y estrellarse contra un obstáculo. Lo
siguiente fue un montón de chatarra y varias personas acercándose. La primera
era Mark. Todo empezó a nublarse y comencé a cerrar los ojos. Las voces
empezaron a alejarse. Pero entonces me acordé de algo.
No podía desmayarme. Me levanté de un salto y fui directo a
los restos de mi moto. Comencé a buscar desesperadamente entre los trozos de
metal humeantes hasta que la encontré. Una caja metálica. Entonces me agaché,
la abrí y saqué mis preciados auriculares. Apenas me los había puesto cuando
Mark me dio una cajita de cartón, me agarró del brazo indicándome que le
acompañara.
-No te aconsejo que te quedes ahí mucho rato- me susurró.-
Los Corredores Infernales van a enfadarse mucho.
-Bueno, que se enfaden- dije sonriendo.- En cuanto tenga
listo eso me voy a marchar.
Mark me sonrió pero sus ojos reflejaban una profunda
tristeza. Seguimos el resto del camino hasta el taller sin hablar. Cuando llegamos
encontramos el taller vacío. Aún así comenzamos a trabajar.
Parecía que lo habíamos ensayado todo. Yo comencé a montar
cuidadosamente unas piezas y Mark me iba pasando herramientas y varios
componentes. Uno de los últimos fue el que estaba dentro de la caja de cartón.
Era mi trofeo. Aunque no lo creáis, gané la carrera. Si el piloto, y parte de
su vehículo, cruza la línea de meta el primero y sigue vivo para contarlo, gana
la carrera. Además de que los “jueces” vieron al otro motorista usando un arma
prohibida en las carreras. Mis trucos no estaban prohibidos, me los aconsejó
Mark. En la caja había una pantalla muy fina. Era la única pieza que me faltaba
y era muy difícil de conseguir.
Como Mark era uno de los encargados de preparar las
carreras, eligió esa pieza como trofeo. Era una pantalla genial, no creo que en
la ciudad se pudiese encontrar algo mejor. Aunque no lo parezca, en los
suburbios podías encontrar cosas mejores que en la ciudad, no de una manera muy
legal, pero mejores.
Coloqué la pantalla con cuidado, un protector transparente
de plástico resistente encima y le puse la carcasa. Por fin acabé mi gran proyecto.
Parecía un brazalete a simple vista, pero era todo un ordenador. Tenía algunas
piezas muy buenas, aunque otras tendrían que cambiarse en el futuro por algunas
de mayor calidad. Cuando lo encendí mí cara se iluminó de alegría. Lo programé
en unos minutos y lo sincronicé con mis auriculares. Al cabo de diez minutos ya
tenía música suficiente para un largo viaje, así como acceso a varios mapas que
podían ser de gran ayuda. También conseguí unos programas para tener acceso a
algunos satélites que podrían serme de ayuda, como meteorológicos y algunos
comerciales. Tenía un mecanismo que hacía que se ajustase al brazo, además de
tener una almohadilla para que no me hiciera daño al llevarlo puesto.
Se lo enseñé a Mark y le di un abrazo.
-Muchas gracias, de verdad- le dije con un hilo de voz.- Sin
tu ayuda no lo hubiera conseguido.
-No, gracias a ti por trabajar aquí. Nos has enseñado mucho.
Espero que te vaya bien a donde vayas y procura hablar bien de mí.
-Quería pedirte un último favor. Quisiera ponerle el emblema
del taller- dije mientras levantaba mi invento.
Mark asintió y se giró a buscar las cosas necesarias para
grabar el emblema, pero yo sabía que estaba llorando. Pasados unos minutos salí
del taller y me dirigí a las afueras de los suburbios, donde vivía.
Vivía en un pequeño campamento. Fue donde me acogieron nada
más llegar y decidí quedarme allí. Además de que allí estaba al que había sido
como un segundo padre para mí.
-Hola Ben- dije sacudiendo el brazo izquierdo con mi
brazalete en él.- ¿A que no sabes quién ha ganado hoy una carrera?
Un hombre de más de cincuenta años, con el pelo largo y canoso
y la barba descuidada se giró y una sonrisa apareció en su rostro al verme.
-Me alegro mucho, joven Tim. Pero me temo que eso sólo
significa una cosa. Llegó el momento de tu partida.
El viejo Ben me ayudó cuando llegué herido y hambriento. Me
curó mi mano y me enseñó todo lo que sabía de esgrima y a ejercitar mi mente.
Me consiguió ropa nueva y cosió algunas partes de mi chaqueta. También me
introdujo en el mundo de la mecánica.
-Ni se te ocurra perderlo- me dijo señalando a mi guante
derecho.- Me costó muchísimo conseguir ese milthium, y mucho más recubrir el
interior.
El milthium era un mineral que tenía unas propiedades
similares al acero, excepto que podía ser moldeable como la tela, aunque era
una técnica muy antigua según me dijo Ben. Otra de sus características que lo hacían
especial era que servía como aislante para las partículas de magia. Por
ejemplo, si te encuentras en una habitación cerrada hecha con este material,
las partículas de Roht, como decía Ben, del exterior no se veían afectadas.
Según entendí, mi herida no cicatrizaba por culpa de esta
magia, ya que mi organismo interactuaba con ella. Una vez cicatrizó, gracias a
los cuidados de Ben, siempre me dolía. Algunas veces el dolor era tan intenso
que me desmayaba o enfermaba durante un par de días. Pero al tener bajo el
guante una capa de mithium mi herida no me dolía apenas y la magia de mi
alrededor no se veía afectada tampoco. Yo en aquel entonces no entendía casi
nada. Pero el solo oír que mi cuerpo atraía la magia hacía que mi cuerpo se
inundara de alegría y emoción.
-¿Sabes si Brand va a acompañarme?- le pregunte al anciano.
-Creo que el joven Brandom va a decidir comenzar su aventura
junto a ti.
-Pues yo creo que no le caigo nada bien- dije haciendo una
mueca.
-No hables sin saber, joven Tim. Eres como un...
-Un incordio- la voz sonó detrás de mí.- Eso es lo que eres.
Brand apareció entre la oscuridad. Era un chico dos años
mayor que yo y demasiado alto para su edad, además de corpulento. Tenía la piel
más oscura que la mía y el pelo negro y muy corto. Llevaba una camiseta oscura
de manga larga y unos pantalones claros, aunque un poco gastados. A la espalda
llevaba una gran mochila bien ajustada. Además llevaba sus brazaletes metálicos
que le cubrían desde la muñeca hasta la mitad del antebrazo. Les tenía tanto
aprecio como yo a mis auriculares.
-Hola Brand- le dije con una sonrisa en la cara.- Veo que ya
te has enterado de que nos vamos esta noche.
-Después del numerito que has montado en la carrera no te
queda otra. Yo solo voy porque el viejo me lo ha pedido.
Vi que Ben comenzaba a sonreír.
-¿Me has visto en la carrera?- se me iluminó la cara cuando
lo dije.
-Para nada- contestó Brand serio.- Lo he escuchado por el
mercado. Tenía que comprar unas últimas cosas. ¿Tú tienes todo listo?
-Por supuesto- dije mientras levantaba una especie de
maletín de cuero cerrado con una correa bastante larga.
Brand me hizo un movimiento con la mano para que le
siguiera. Cuando me levanté, Ben me agarró del brazo.
-Adelántate, Brandom- dijo seriamente.- Tengo que hablar con
Tim un momento.
Brand asintió y comenzó a avanzar. Yo me volví a sentar,
esperando expectante lo que tenía que decirme.
-¿Vas armado, Tim?- preguntó Ben tras pensarlo un poco.
-Llevo mi pistola para soldar- dije tras pensar un rato.- Y
algunas herramientas pueden servirme.
La pistola para soldar era un aparato que hice en los
primeros años que estuve en los suburbios. Tenía la forma de una pistola,
aunque sin cañón. Tenía un pequeño cuadrado con algo parecido a un círculo que
sobresalía. Cuando apretaba el gatillo, la pistola liberaba una gran cantidad
de energía en forma de calor. Si la apoyaba sobre una plancha de metal, la
parte sobre la que disparase se deformaría adoptando esa forma circular. Si
colocaba otra chapa debajo ambas dos quedaban soldadas. Por eso le di ese
nombre.
-Eso no es un arma en condiciones- dijo mientras se giraba y
cogía un objeto alargado envuelto en un paño.- Esto sí es un arma en
condiciones.
Entonces retiró el paño y mostró una espada. Yo recordaba
esa espada. Ben me pidió que la arreglase poco después de que nos conociésemos.
La vaina era de cuero negro y la punta tenía un protector
metálico, se lo puse porque tuve que cortar la vaina ya que quedaba muy grande.
El mango no era muy largo y el guardamano sobresalía un poco de la empuñadura y
luego bajaba en oblicuo hasta sobrepasar el pomo. La hoja era negra, solo tenía
un filo y no era muy larga. Podía tener cinco centímetros de ancho pero no era
muy gruesa. Al acabar el mango había una chapa que había puesto yo. La primera
vez que la vi estaba partida en dos. Ben me pidió que uniese las dos partes y
por eso tuve que ponerle un refuerzo. Este refuerzo era de milthium. Ben
insistió mucho en ese detalle.
-Esta es tu espada- me dijo ofreciéndomela.- Hiciste un buen
arreglo, aún sin saber que finalmente sería tuya.
Yo la cogí sin saber que decir. Ben me había contado una vez
que aquella había sido su espada y que una vez estuvo encantada. Desde entonces
yo quise tener un arma encantada y siempre le pedía a Ben que me hablase de lo
que sabía y me contase historias. Pero tener esa espada en mis manos era un
sueño que había dejado de perseguir hacía ya algunos años. Aquella noche ese
sueño dormido despertó y mi interior comenzó a arder de emoción. No sabía que
decir y las lágrimas comenzaron a aparecer en mis ojos.
-Eres un buen chico. Llegarás lejos- me dijo sonriendo.-
Ahora debes partir. Debes perseguir tus sueños y no dejes que nadie te los
arrebate.
Me sequé los ojos con el dorso de mi mano y abracé al que
siempre sería mi maestro.
-Nunca podré agradecerte lo que has hecho por mí, y...-
comencé a decir con un hilo de voz.
Ben levantó una mano haciéndome callar. Después me sonrió,
era una sonrisa sincera.
-No creo que sea buena idea comenzar tarde tu aventura. Alcanza
a Brandom antes de que se aleje más.
Asentí, le saludé una última vez y me alejé.
-Nunca dejes que nadie te detenga- susurró.- Sólo tú eres el
dueño de tu destino.
Tardé un par de minutos en alcanzar a Brandom, seguía
andando en dirección a Lanins. La ciudad donde estaban las oficinas del Cuerpo
de Cazarrecompensas. Íbamos a convertirnos en cazarrecompensas. O eso creíamos
cuando dejamos Alhenrir.
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