domingo, 30 de junio de 2013

Capítulo 2

Lanins, la Ciudad de la Justicia.



Después de dejar Alhenrir, Brand y yo decidimos que la mejor idea sería andar lo máximo posible por el arcén de la carretera que llevaba al norte hasta que tuviésemos que tomar un camino más directo hacia Lanins.

Íbamos a buen paso y decidimos que no pararíamos a dormir más de cuatro horas, por lo que sólo nos detuvimos para descansar algunas veces, otras para asegurarnos que no nos habíamos equivocado de camino y muy entrada la noche para dormir un poco alejados de la carretera. Brand no lo quería reconocer, pero tenía tantas ganas de llegar a la ciudad y convertirse en cazarrecompensas como yo.

Ya habían pasado dos horas desde que amaneció cuando paró al lado una gran camioneta gris claro. El vehículo estaba en bastante mal estado pero el conductor, de unos cincuenta años de edad, pelo canoso y piel bronceada, seguramente por trabajar horas y horas a pleno sol, tenía una amplia sonrisa en el rostro y se ofreció a llevarnos. Al parecer tenía que ir a una pequeña ciudad en el norte, cercana a la frontera con el noreste. Nos acercó por la carretera hasta la altura en la que comenzaba el camino hacia Lanins. Nos dijo que sentía no poder acercarnos hasta la ciudad pero que tenía un asunto urgente que atender, aunque supuse que tampoco tendría suficiente combustible.

Después de andar un rato comenzó a anochecer, por lo que decidimos pasar la noche un poco alejados del camino ya que estábamos bastante cansados. Después de tomar algo de lo que llevábamos, nos quedamos dormidos sin mediar palabra.

Nos despertamos con las primeras luces del día. Tras andar dos horas, nos dimos cuenta de que no llegaríamos a Lanins para esa noche, por lo que tuvimos que pararnos y buscar un buen sitio donde poder pasar la noche. Pero los mejores o estaban demasiado lejos de la ciudad y desperdiciaríamos muchas horas, o estaban demasiado cerca de ella como para llegar antes de que anocheciese al paso que íbamos.

Así que no nos quedaba otra alternativa. Teníamos que pasar la noche en el bosque llamado Edhrierlym. Sí, ya sé lo que debéis de estar pensando. Que debíamos de estar locos como para querer acampar cerca de ese bosque, y aún más para acampar dentro de él. Pero no lo estábamos. Solo éramos dos jóvenes ansiosos por cumplir nuestro sueño. Y por eso no íbamos a dejar que unas historias nos impidiesen alcanzarlo.

Aún así no éramos idiotas. Sabíamos que había que tener cuidado al estar cerca de ese bosque. Y nuestra idea era acampar entre los primeros árboles, a un lado del camino. Como acababa de pasar el invierno, necesitábamos protegernos del gélido viento de la noche. Esa es la razón por la que acampamos bajo los árboles, y no al otro lado del camino.

No paramos mucho, solo un par de veces desde que entramos en el camino. Brand se enfadó conmigo porque no llevé suficientes provisiones. Solo me quedaba algo de pan y carne y un par de botellines de zumo de bayas de Hyl. Ya sabéis, esa planta de hojas alargadas y verdes  que solo crecen en las montañas nevadas del noreste. El zumo que se hace con sus frutos, pequeños y rojos, es muy dulce y refrescante, además de ser mi preferido. Pero aún así me sobró suficiente para poder cenar bien esa noche, aunque Brand no me dirigió la palabra en un rato.

Ya entrada la tarde comenzamos a ver que el camino giraba y se acercaba al bosque y cuando empezó a anochecer ya teníamos a nuestra izquierda esos gigantescos árboles. A simple vista no parecían tan aterradores como los describían en las historias, pero al mirar más allá de los primeros árboles veías una profundidad sobrecogedora. A cualquier sitio que mirases siempre veías árboles de diferentes tamaños. Y detrás de ellos sólo había oscuridad. Por muy buena vista que tuvieras o lo mucho que alumbrases, no podías ver qué había después. La única forma de averiguarlo era adentrándose en el bosque, lo cual no era aconsejable.

Apenas nos quedaban unos minutos de luz cuando vimos a alguien echado sobre un árbol. Tenía vendas por el cuerpo y parecía estar cubierto de sangre. Iba a dirigirme hacia él cuando Band me agarró por el brazo.

-Ni se te ocurra acercarte a él- me dijo muy serio.- Lo mejor será que pasemos de largo.

-¿Por qué? Lo más seguro es que esté herido y necesite ayuda- le contesté preocupado.- No creo que sea ningún bandido.

Entonces hice un movimiento rápido con el brazo para que Brand me soltase y me dirigí a donde se encontraba aquella persona.

Cuando me acerqué lo suficiente a él pude ver que sostenía una espada en la mano derecha, agarrada al revés. Era una espada bastante grande y la hoja, que tenía una forma curva y se estrechaba por el centro, estaba completamente cubierta por vendas, exceptuando la punta. Estas vendas pasaban de la hoja al mango, del mango pasaban a su mano y de ahí al resto del brazo. Por extraño que parezca, tenía la espada sujeta a su brazo por las vendas, como si temiese a que se la arrebataran.

Me acerqué a él con cuidado y nuestros ojos se cruzaron. Tenía el pelo oscuro, un poco largo y desaliñado y le caía sobre la cara. Llevaba una chaqueta negra raída, sin la manga derecha y abierta sin nada más debajo y unos pantalones oscuros metidos en unas botas altas y también oscuras.

-Oye, ¿estás bien?- dije con un tono de preocupación en mi voz, aunque la respuesta era obvia.

-Sí- me respondió con un hilo de voz y comenzó a cerrar los ojos.

-¡No te duermas!- le grité con ansiedad.- Venga, tienes que aguantar. ¿Cuál es tu nombre? ¿Cuántos años tienes? ¿De dónde vienes? ¿Qué te ha pasado?

Entonces volvió a abrir los ojos y me miró. Aunque apenas había luz, pude ver que su ojo derecho era oscuro, marrón quizás. Pero su ojo izquierdo era azul, un azul claro como el agua de un río. Tenía la parte superior izquierda de la cara, desde debajo del ojo hasta la frente, manchada de algo que deduje que era sangre. No me pude fijar en mucho más porque empezó a ponerse en pie, ayudándose de su espada.

-Tengo diecisiete años- me dijo esbozando una sonrisa.- Del resto de preguntas no me he enterado bien, demasiado rápido para mí. ¿Quiénes sois?

-Me llamo Tim- dije mientras me giraba para buscar a mi compañero.- Y él es Brandom. Brand para los a...

-¡Ya basta, Tim!- me ordenó y le dirigió una mirada severa al desconocido.- Creo que eres tú el que debes responder ¿Qué hacías aquí tirado? ¿Quién eres? ¿Qué te ha pasado?

-Otra vez- dijo suspirando.- ¿Por qué me hacéis tantas preguntas seguidas?

El desconocido sonrió y yo le devolví una sonrisa. Pero el rostro de Brand seguía igual de serio y sus ojos solo decían una cosa: contesta.

-Está bien. Os responderé a algunas preguntas ya que habéis tenido el detalle de pararos a ver cómo se encontraba un desconocido que estaba a un lado del camino con un aspecto lamentable, además de ir armado- dijo sonriendo, pero luego hizo una mueca de dolor.- Bueno, respondiendo a tu primera pregunta, estaba descansando al borde del camino, disfrutando de la tranquilidad de la noche.

-Déjate de bromas- le dijo Brand.- Por si no te das cuentas estamos intentando ayudarte. No sé si te has visto, pero tienes un aspecto lamentable. Así que respóndenos sinceramente.

Parece ser que el tono con el que se lo dijo Brand convenció a aquel chaval, pues dejó de sonreír y miró al suelo.

-Vengo del interior del bosque. Tenía pensado ir a buscar ayuda cuando saliese, pero llegar hasta aquí me ha tomado más tiempo del que pensé. Y cómo ya estaba agotado y las heridas empezaban a molestarme, más de la cuenta, decidí descansar un rato. Quizás toda la noche.

-¿Esas heridas te las han hecho las bestias del bosque?- pregunté sin dejar de mirarle de arriba abajo.

Me fijé en que tenía el torso cubierto también de sangre y tres heridas visibles y recientes. Dos en el pecho y una en el costado derecho.

-No, estas heridas son de un combate que he tenido. Pero mucho más al norte- dijo lentamente e hizo una pausa, como si estuviese buscando las palabras.- Me las hice luchando contra un dragón.

Brand y yo tardamos un par de segundos en reaccionar. Ambos abrimos mucho los ojos y retrocedimos.

-¡¿Qué?!- grité en alto.- ¿Has dicho dragón? Eso es imposible.

Aunque había multitud de especies extrañas o mutadas debido a la radiación, todo el mundo sabía que los dragones no existían, que sólo eran bestias que aparecían en las historias. Aún así hay quien dice que hace mucho tiempo, cuando aquellos que usaban la magia se dedicaban a vagar por el planeta erradicando el mal, cuando las tierras estaban divididas en más de quince reinos e imperios y la guerra desolaba el planeta. En esa época, los dragones existían. Eran bestias inteligentes, algunos más que otros, claro. Unos vivían en paz lejos de la civilización mientras otros se dedicaban a sembrar el caos y la destrucción en las tierras de los humanos. Hasta que estos comenzaron a combatirlos. Pero con el tiempo esas historias se han convertido en cuentos para niños. Si es que no fueron eso desde el principio. No hay registros de ningún dragón en los últimos mil años, o incluso de años anteriores.

-No es imposible, era real- dijo desviando la mirada.- Pero sabía que no me ibais a creer.

-Es que no hay quien crea esa tontería- dijo seriamente Brand.

Al chaval pareció afectarle ese comentario y se volvió a sentar en el suelo, mirando hacia abajo.

-Ya os podéis marchar- nos dijo con la voz tan baja que parecía que hablaba consigo mismo.- Si no aceptáis mi historia, no quiero vuestra. Ya podéis marcharos.

Brand se encogió de hombros y, dándose la vuelta, siguió andando por el camino. Cuando se dio cuenta de que no le seguía se paró, me miró e hizo una mueca de desaprobación.

Yo estaba ayudando al chaval herido a levantarse. Entonces Brand masculló algo en voz baja y se acercó a nosotros. Pasó el brazo izquierdo del desconocido por encima de su cuello y sujetó su muñeca con su mano izquierda.

-Me da igual si te atacaron unos bandidos o unos lobos- replicó Brand.- O si de verdad piensas que eso te lo ha hecho un dragón. Pero por favor, vamos a movernos de aquí.

El chaval le sonrió pero Brand solo hizo un ademán con la cabeza. Después me miró a mí y yo le sonreí abiertamente. En el fondo estaba agradecido de que le ayudásemos, por muy mal que hubiésemos reaccionado a su historia.

-Y, ¿era grande el dragón?- le pregunté al rato de empezar a andar.

-Bastante grande, más grande que ninguna criatura que yo haya visto jamás- me respondió con una sonrisa.- Pero no pudo contra mí.

-¿Y podía volar? ¿Escupía fuego? ¿De qué color era? ¿Podía hablar?

-De nuevo demasiadas preguntas- nada más decirlo Brand soltó una risita.- Tranquilo, intentaré responder a todas.

Pero entonces oímos un ruido en el camino y varias siluetas aparecieron delante de nosotros. Nos paramos en cuando los vimos. Me pareció contar cuatro en total. Y, sinceramente, no creo que se hubiesen perdido ni nada por el estilo.

-¡Eh, vosotros!- exclamó una de las personas.- ¿Qué hacéis por aquí? ¿No sabéis que este camino nos pertenece?

Los otros empezaron a reírse y pude comprobar que todos eran hombres.

El chaval herido se apoyó en su espada hundiendo la punta en la tierra y retiró su brazo del cuello de Brand.

-No recuerdo haber visto ningún nombre ni ningún cartel- dijo mientras nos hacía señas para que le dejásemos a él hablar.

-Vaya, pero si tenemos a un gracioso- dijo la misma voz que había hablado antes, y le volvieron a acompañar las risas de sus compañeros.- A ver si te ríes tanto cuando te partamos esa cara de gracioso.

Entonces les hizo unas señas a los otros y dos de ellos comenzaron a avanzar hacia nosotros. Brand se puso a la defensiva y yo agarré con fuerza el mango de mi espada pero la mantuve envainada. Pero nuestro “mata dragones” dio un paso al frente y estiró su brazo izquierdo poniéndolo delante de Brand, indicándole que se calmara. Apoyándose en su espada vendada se enderezó. Era un poco más alto que yo, pero no podía competir con los cerca de dos metros de Brand.

Entonces desclavó su espada del suelo y tiró de un cabo de la venda deshaciendo así el nudo que había en la punta. Sin pensárselo dos veces se lanzó corriendo hacia los bandidos mientras la venda se soltaba mostrando la hoja de la espada.

Todo ocurrió muy deprisa. Pero pude observar como aquel chaval, cuando estuvo cerca del primer bandido, comenzó a girar sobre sí mismo a la vez que avanzaba. Un segundo más tarde ya estaba al otro lado del grupo de bandidos y no había bajado su espada aún cuando los bandidos fueron cayendo uno a uno al suelo. Y entonces comenzó a tambalearse hasta que se derrumbó.

Entre Brand y yo le llevamos a un sitio más seguro y lejos de donde nos asaltaron, no sin antes andar durante una media hora. Al final nos paramos entre unos árboles y decidimos montar ahí nuestro básico campamento. Brand y yo tomamos algo para cenar, y aquel chaval seguía dormido.

A mitad de la noche Brand se despertó por un ruido. Era el desconocido que estaba rebuscando en nuestras cosas.

-Sabía que no debíamos fiarnos de ti- dijo Brand cuando le vio.- Eres igual que esos de antes.

El chaval se giró rápidamente con los ojos desencajados y se llevo el dedo índice de su mano izquierda a los labios indicándole a Brand que bajase la voz.

-No es lo que piensas- le dijo en voz baja mientras le daba un trozo de papel.- Solo quería dejaros un mensaje antes de irme. Como no tenía nada pensé que a lo mejor vosotros tendríais. Pero no os he quitado nada.

Brand se quedó callado mientras leía la nota. Cuando acabó de leerla la dobló y se la guardó.

-¿No llevas nada encima?- le preguntó Brand.- ¿Comida? ¿Dinero?

-No tengo provisiones ni medicinas- le susurró el chaval.- Pero tengo algo de dinero.

Y cuando dijo eso golpeó el bolsillo izquierdo de su pantalón haciendo sonar unas monedas. Brand hizo una mueca de desaprobación y sin mediar palabra se dirigió a su mochila y comenzó a rebuscar.

-¿No puedes esperar a que amanezca?- dije cuando estaba lo suficientemente cerca de ellos.

Por su reacción, no debieron de darse cuenta de que estaba allí hasta que hablé. La verdad es que escuché toda la conversación. Y, sinceramente, no tenía ganas de que se fuera.

-Lo siento, Tim- dijo mientras me sonreía.- Pero quiero llegar cuanto antes a una ciudad para conseguir algo con lo que curarme las heridas.

-La ciudad más cercana está a un día a buen paso, como mínimo. Nosotros nos dirigimos a Lanins, por si cambias de opinión- le dijo Brand.- Y estando herido puede que tardes más. Vas a necesitar provisiones.

Entonces le cedió una bolsa de papel, que supongo que contenía unas provisiones para un día. Brand siempre había sido muy previsor, supongo que tendría más como esa.

-No te preocupes- dijo el chaval rechazando su oferta.- Pero pienso ir campo a través. Me dirijo a una ciudad al este. Creo que se llama Toxu o algo así.

-Tolsum- le corregí.- Sé cual es. Dicen que está llena de mercaderes que buscan protección. A lo mejor puedes ganarte unas monedas.

-Eso había pensado- dijo distraído.- Pero bueno, lo primero es recuperarme.

Brand le tendió la bolsa de papel y él acabó cogiéndola y dándole las gracias. Empezó a alejarse saludándonos con la mano. Entonces me acordé de una cosa. Fui corriendo a mi macuto y saqué uno de los botellines de zumo de bayas de Hyl, el que me quedaba. Fui corriendo hasta donde estaba el chaval y le di mi zumo.

-Es zumo de Hyl- le dije con una sonrisa en la cara.- Es el mejor, para mi gusto. Aunque es una pena, ya que frío es como más bueno está.

Él acabó cogiéndolo, me dio las gracias y siguió su camino. Yo me quedé un rato plantado mirando como se alejaba, hasta que Brand se me acercó y me hizo una señal para que siguiésemos con nuestro viaje.

Como ninguno de los dos podíamos dormir, decidimos que lo mejor sería que continuásemos andando por la noche. De esa forma llegaríamos antes a Lanins. Pero aún así se notaba que estábamos cansados, por lo que a un par de horas de que amaneciese decidimos parar y descansar un rato. Para entonces ya habíamos dejado atrás el camino del bosque y acampamos al raso. Nos despertamos con las primeras luces del alba, tomamos algo y seguimos nuestro camino.

Era ya por la tarde cuando llegamos a la ciudad. Atravesamos los suburbios y las zonas industriales y finalmente entramos a la parte urbana de la ciudad. Los edificios eran mucho más altos de los que yo había visto nunca y a lo lejos se divisaban alguno todavía mayores.

Seguimos avanzando por las calles siguiendo las indicaciones que venían en el mapa de mi pequeño ordenador. Tras cincuenta y cinco minutos de andar por aquellas tortuosas calles, por fin encontramos las oficinas del Cuerpo de Cazarrecompensas. Las Oficinas Mayores, claro. En toda ciudad que se prestase había una oficina para los cazarrecompensas. Un lugar donde poder cobrar las recompensas, buscar nuevos trabajos o enterarte de las últimas noticias. Aquellas eran un edificio alto pero no enorme. La fachada era blanca y tenía un letrero de letras rojas que rezaba: “Cuerpo de Cazarrecompensas”.

Cuando íbamos a entrar salió, entre otras personas, un hombre alto de pelo negro y con gafas de sol. Cuando pasó al lado nuestra, nuestras miradas se cruzaron un segundo. Yo seguí mirándole pero él siguió andando. Lo que más me llamó su atención no fue su gabardina plateada, sino el gran libro que llevaba a la espalda y que estaba sujeto a una correa que llevaba cruzada, de izquierda a derecha. Apenas pude fijarme en mucho más porque Brand y yo ya estábamos entrando por la puerta y él se alejaba.

Al entrar nos informamos y esperamos largo rato en colas inmensas para que luego nos mandasen a otras. Finalmente nos atendió una señorita que estaba más preocupada en cómo le caía el pelo por los lados que en atendernos. Nos pidió nuestras identificaciones. En aquel entonces las nuestras eran unas placas de metal con nuestro nombre y apellidos, no en mi caso, así como nuestra fecha de nacimiento y grupo sanguíneo. También tenía nuestro número de serie, ocho dígitos y un símbolo, que indicaba en qué ciudad te la hiciste. Ben me hizo mi identificación poco después de que nos conociésemos. El material del que estaba hecha también decía mucho de tu pasado o tu estatus social. Las nuestras indicaban que nos las habíamos hecho en los suburbios, aunque la ropa que llevábamos tampoco es que lo negase.

Pero nuestros problemas comenzaron después. Cuando nos mandaron, por tercera vez, a otra planta. Un señor trajeado nos atendió en una pequeña sala. Aunque nos recibió con una sonrisa, ni se terció en ofrecernos asiento.

-Creo que tenemos unos problemas con sus datos- nos dijo cuando entramos por la puerta.- Me temo que no tienen edad suficiente para ingresar como cazarrecompensas.

Aunque sólo dijo eso, yo sabía que lo que realmente quería decir era “tampoco tienen dinero suficiente”. Pero no quería montar un numerito en las oficinas del Cuerpo de Cazarrecompensas.

Aquel hombre siguió hablando y nos hizo un ademán para que nos sentáramos.

-Tú tienes edad suficiente para ser ayudante de algún cazarrecompensas- dijo dirigiéndose a Brand y después me miró a mí.- Pero tú, chaval, eres demasiado joven para que podamos añadirte a las listas de ayudantes. Lo siento mucho, pero necesitas tener dieciséis años. Deberás esperar

Cuando escuché eso, bajé la mirada. En mi mente sólo resonaban las últimas palabras que me había dicho. ¿Debería esperar? Después de llevar casi toda mi vida soñando con llegar allí. Después de años de trabajo en los suburbios. Después de planear el viaje y de pasar una noche cerca del bosque de Edhrierlym. ¿Después de todo lo que había pasado me dicen que debería esperar? Aún así me contuve y no dije nada.

El hombre le dijo a Brand todo lo que tenía que hacer para apuntarse como ayudante y después de eso nos despidió y salimos de la pequeña habitación. Tras caminar unos minutos por largos pasillos y bajar interminables escaleras, llegamos a la primera planta, la cual seguía llena de gente que iban y venían.

Yo comencé a ir hacia la cola para apuntarse a ayudante. Aunque estuviese malhumorado, no iba a largarme de ahí y dejar a Brand solo. Pero apenas había dado un par de pasos cuando me di cuenta de que Brand no venía conmigo. Iba en dirección a la puerta, y cuando se dio cuenta de que no estaba a su lado también se giró.

-¿A dónde vas?- le pregunté extrañado.

-Ya has oído- me dijo apuntando con la cabeza a las escaleras.- No podemos hacernos cazarrecompensas. Habrá que buscar algo que hacer hasta que podamos.

Por un momento se me pasó por la cabeza la idea de protestar pero no lo hice. Fui hasta donde estaba Brand y los dos empezamos a andar hacia la puerta. Pero cuando íbamos a salir, un hombre que estaba apoyado en la pared cerca de la puerta nos habló. Tendría poco más de cuarenta años y era de mediana estatura. Tenía el pelo negro, grasiento, con algunas entradas, echado hacia atrás y más corto por los lados. Llevaba unas gafas de sol de grandes cristales y una de las patillas estaba arreglada con cinta aislante. Tenía una cara hinchada y daba la impresión de que llevaba varios días sin afeitarse. Su camisa blanca tenía varias manchas oscuras, posiblemente de café, y sobre ella una chaqueta corta marrón. Sus pantalones también eran marrones y muy holgados, aunque una parte quedaba oculta por su gran barriga. Sus zapatos asomaban debajo de los pantalones y eran oscuros.

-¡Ey!, chicos. Parece que tenéis problemas- nos dijo con una sonrisa pícara en el rostro mientras se quitaba las gafas.- Pero, ¿dónde están mis modales? Mi nombre es Urmont, y creo que sé cómo ayudaros. Encantado de conoceros

jueves, 6 de junio de 2013

Capítulo 1

Otro chaval de los suburbios 

Alhenrir era la capital del Nuevo reino de Varhlem. Era una gran ciudad que se encontraba en mitad del reino y desde donde se conectaban todas las ciudades. Alhenrir era una de las muchas ciudades del norte que habían sobrevivido a la gran explosión de la Tercera Guerra Prohibida. Como casi todas las ciudades que fueron protegidas por un escudo, la ciudad estaba dividida en dos y tenía una estructura circular. En el centro de la ciudad se encontraban los barrios adinerados y más alejados los de menos estatus económico. Después de estos barrios venían las industrias y todas las fábricas. La zona industrial acababa donde una vez estuvieron los escudos, que ahora solo son chatarra amontonada o una pequeña barrera de metal inservible en el mejor de los casos. Otras ciudades crecieron mucho y la zona industrial iba más allá de los antiguos escudos.

Pero las fábricas de Alhenrir, aunque fuese una gran ciudad, no pasaban del pequeño muro creado por los restos de escudos. Como en todas las ciudades, tras las fábricas y el muro de chatarra, se encontraban los suburbios.

Los suburbios eran grandes extensiones de tierra que rodeaban a la ciudad y muchas veces no eran considerados parte de ella. La parte más cercana estaba llena de desechos de las fábricas: trozos de metal y piezas sueltas de maquinarias que convertían esta zona en un vertedero en toda regla. Si tenías suerte encontrabas algún objeto que habría arrojado algún ricachón y que estuviese casi nuevo, pero la mayor parte de los materiales que se encontraban allí resultaban inservibles o eran utilizados por los habitantes de allí. En algunas ciudades, estos deshechos se llevaban al otro lado de los suburbios, para que no estuviesen tan cerca de la ciudad. Un poco más alejado de las industrias comenzaban a aparecer las primeras chozas o viviendas, si se podían llamar así, en donde se instalaban los vagabundos, aquellas personas a las que no le había sonreído la fortuna o a los que los bandidos les habían arrebatado todo, como a mí. Vivían alejados para no exponerse a los residuos expulsados por las fábricas, aunque la gente creyese que era por no acercarse a los habitantes de los otros barrios.

Algunos suburbios estaban mejor estructurados que otros. Unos estaban divididos en pequeños barrios. Otros tenían separadas las zonas dependiendo del tipo de chatarra que se acumulase allí. Pero los de Alhenrir superaban con creces al resto de las ciudades. Después de las montañas de deshechos que se acumulaban detrás del pequeño muro, se extendía otra ciudad. Había calles con viviendas a ambos lados, así como pequeños comercios. Las más comunes eran aquellas donde se intercambiaba de todo, desde comida hasta ropa o incluso un trozo de metal que podías usar para defenderte. Pero luego había una zona donde lo único que había eran tiendas. Allí se compraban las cosas, con dinero de verdad. De donde procedía ese dinero no importaba mientras tuvieses suficiente para pagar lo que te llevabas. También había varios talleres, donde le daban forma a la chatarra que obtenían.

Nuestra historia comienza en esta ciudad. En los suburbios de esta ciudad, para ser exactos. En una de las zonas más  concurridas de los suburbios, en el mercado.

-¡Eh chaval! ¡Vuelve aquí ahora mismo, ladrón!

De una de las tiendas sale rápidamente un chico de quince años. Llevaba una chaqueta abierta de cuero naranja y muy gastada que le quedaba demasiado grande. Casi le llegaba por las rodillas y, a pesar de tener las magas subidas, las costuras de los hombros le caían por el brazo. Debajo de la chaqueta tenía una camiseta blanca con varias manchas de grasa. Sus pantalones eran grises, con varios bolsillos y los bajos estaban metidos en unas altas botas de cuero marrón oscuro que tenían las punteras metálicas. Llevaba unos guantes de cuero, también marrón, que pasada la muñeca se abrían un poco. Sobre la cabeza, unos grandes auriculares redondos, verdes y negros desentonaban con el resto de su atuendo. Parecían demasiado buenos en comparación con la ropa tan gastada que llevaba. Tenía el pelo castaño, un poco largo y descuidado. Sus ojos eran pardos oscuros y de su cara no se borraba una sonrisa.

Después de salir de la tienda con las manos apretando algo contra su pecho, comenzó a perderse entre la multitud y entrar por callejones estrechos. En cinco minutos estaba jadeando ante la puerta de un taller.

Apenas había recuperado el aliento cuando un hombre de unos treinta años, alto, rubio y con un mono de trabajo apareció por la puerta del taller.

-¿Lo conseguiste?- le dijo al chaval sonriendo.- Tim.

Sí, ese chaval con la ropa destrozada que acababa de robar en una tienda era yo. Y sí, vivía en los suburbios de Alhenrir. Me ganaba la vida como mecánico y me encantaba, además de tener asegurado un plato de comida cada día. En los dos primeros años que estuve en los suburbios aprendí más sobre el funcionamiento de máquinas y cómo arreglarlas que lo que pueden llegar a saber cualquiera de los mejores mecánicos del continente. Y, aunque esté mal decirlo, tenía un don para las máquinas. Podía saber cuál era la avería con observarla unos minutos o tener el aparato averiado en mis manos. La gente de los talleres me tenía como un genio, aunque mi fama no pasaba de esa zona de los suburbios.

-Tengo el conector- dije levantando un objeto envuelto en un trapo.- Creo que no voy a acercarme por esa zona en una temporada.

El hombre me sonrió y poniendo una mano sobre mi cabeza me frotó el pelo. Yo di un salto hacia atrás de manera instintiva.

-Sabes que odio que me hagan eso- le reproché.- Ahora debo acabar de arreglar el motor o no podré correr.

Entré en el taller y me dirigí hacia el fondo a arreglar mi moto, que estaba tapada por una lona.

Tenía dos ruedas, lo cual no era muy común, y estas eran muy grandes, del mismo ancho que el chasis. La parte de alante acababa en un gran foco y el cristal estaba lo suficientemente levantado para proteger al conductor. En los laterales tenía unos compartimentos donde meter las piernas. No estaba pintada y se notaba que las piezas habían sido recogidas a destiempo y de diferentes sitios. Visto de primeras te costaba creer que algo como eso se moviese siquiera. Pero lo único que le faltaba era la pieza que acababa de adquirir.

Retiré el trapo que envolvía el conector. Era un cilindro metálico que por un lado tenía una extraña clavija y del otro salían tres cables de diferentes colores. En el cilindro ponía “modelo CL-5”. No era nada del otro mundo pero era algo que escaseaba en los suburbios.

Tardé unos diez minutos en instalarlo y otros cinco en hacerlo funcionar. Tras seis meses de duro trabajo, mi moto por fin funcionaba. Bueno, teóricamente funcionaba. No podría saberlo hasta la carrera.

-¿Cómo la ves, Mark?- le pregunté al mecánico que me observaba detrás mía.

-Una maravilla, siento no tener la pintura que me pediste para la carrera.

-No importa, mientras tenga combustible- dije dándole unos golpecitos al lateral del vehículo.

-Deberías dar una vuelta, desde la última carrera no te montas en una- dijo Mark señalando con un pulgar por encima de su hombro a la puerta del taller.- Además, dicen que da mala suerte comenzar una carrera con una moto nueva.

Me quedé un rato mirándola hasta que decidí montarme. Rebusqué entre los bolsillos de mi pantalón hasta que encontré un pequeño cubo metálico que colgaba de una arandela. Introduje el cubo en un pequeño hueco en la parte de arriba y una pequeña luz azul se encendió. El motor se puso en marcha y al escucharlo rugir, un escalofrío me recorrió la espalda. Metí las piernas en los protectores y pise levemente el acelerador.

En cuestión de segundos la moto comenzó a moverse y salió por la puerta del taller. La gente y los edificios me pasaban a los lados y el aire acariciaba mi rostro. Aumenté la velocidad y salí a una zona más amplia. Mientras aumentaba la velocidad, comencé a inclinarme hacia delante. Tras dar unas vueltas a un montón de escombros decidí ir hacia la zona donde tendría lugar la carrera.

Las carreras la organizaban un grupo de personas con gran influencia en los suburbios. Por lo general no participaban más de seis personas. En mi última carrera mi vehículo quedó destrozado tras un accidente, el cual no fue culpa mía. Fue provocado.

En los suburbios existe una banda llamada “Los Corredores Infernales”. Si no conseguían destrozar el vehículo de otro corredor antes de la carrera, lo hacían durante esta. De mi última carrera solo pude salvar unas pocas piezas sueltas y una rueda.

En mi primera carrera el corredor de esta banda consiguió reventarme las ruedas, pero aún así quedé segundo. Creo que fue esto lo que consiguió que Mark se fijara en mí, eso y mi habilidad con las máquinas.

A partir de esa carrera siempre corría bajo la protección de Mark. Esto no tendría importancia si no fuese porque Mark era una de las personas con mayor fama en los suburbios. No hace falta deciros que era uno de los organizadores de las carreras.

En la carrera de ese día solo participábamos cuatro personas. Por desgracia dos de ellas pertenecían a Los Corredores Infernales. Pero yo ya había aprendido el funcionamiento de esas carreras. Sólo había una regla. Todo valía.

Llegué al lugar donde comenzaba la carrera antes de tiempo. Sólo había un corredor, el otro que no pertenecía a aquella banda de delincuentes, porque es lo que eran. Le había visto un par de veces. Llevaba la típica moto estándar con dos ruedas delanteras y una de menor tamaño atrás. Tenía un armazón que le daba protección al conductor y le obligaba a ir echado hacia delante. Sin duda le haría falta. Estaba pintada de color amarillo, demasiado intenso para mi gusto, y con varias franjas negras.

Le saludé nada más llegar y me coloqué en mi sitio. Comencé a revisar todas las cosas, por si algo podía romperse o fallar durante la carrera.

Durante mi revisión aparecieron Los Corredores Infernales. Nos dijeron algo al otro participante y a mí, pero no presté atención.

Nos avisaron que la carrera estaba a punto de comenzar y cada uno se fue a su puesto. No explicaron que solo era una vuelta. Teníamos que atravesar todo el campo de escombros, llegar a las afueras por una calle no muy amplia, dar la vuelta en una señal que se había colocado y volver por una de las calles de la zona comercial que habían despejado para la carrera. Después teníamos que llegar justo al muro que nos separaba de la zona industrial, donde habría otra señal, y volver a la línea de meta.

El circuito era fácil, había corrido circuitos peores con vehículos peores. Pero no me lo pondrían nada fácil. Las motos de los otros corredores no eran tan buenas como la mía, aunque parecieran mucho mejores.

Las motos de Los Corredores Infernales eran dos motos adornadas con pinchos y que daban la sensación de albergar cualquier tipo de trampa en su interior. La de uno tenía tres ruedas, similar al otro corredor, pero la del otro tenía cuatro ruedas muy juntas y más finas que las normales.

Conseguí ver a Mark a lo lejos y le saludé con la mano. Él me devolvió el saludo y se me quedó mirando un instante muy fijamente. Acto seguido me sonrió y asintió.

Unos focos comenzaron a iluminarse. Cuando los cinco estuviesen encendidos comenzaría la carrera. Me sudaban las manos y empezaba a inundarme una intensa sensación de calor. Ladeé la cabeza y me quité mis preciados auriculares. Los guardé en un compartimiento que había hecho especialmente para ellos. Me aseguré de que las protecciones de los laterales estuviesen bien ajustadas a mis piernas. Después de esto me puse un casco, si es que se le podía llamar así. Eran unos refuerzos que se ajustaban a mi cabeza mediante un sistema que parece más complejo de lo que era en realidad. Me protegían la parte de atrás de la cabeza, barbilla, laterales de la cara, frente y unas lentes me protegían los ojos. Todo esto era relativo, ya que si me estrellaba y caía de cara nada de eso me libraría de un final trágico.

Tres luces encendidas.

Apenas pude fijarme en los demás, pero sus cascos eran mucho mejores que el mío, por lo menos a simple vista.

Cuatro luces encendidas.

Pude ver que el corredor de la moto de tres ruedas de la dichosa banda había comenzado a toquetear cosas de su moto.

Cuando la quinta luz se iluminó todos los pensamientos y sospechas desaparecieron de mi mente. Hice un ligero movimiento con mis pies y el motor rugió. Me incliné hacia delante lo más rápido que pude y apreté el manillar con fuerza.

Mi moto salió casi al mismo tiempo que el resto, pero aún así comencé segundo. Lo único malo es que tenía delante a uno de los de Los Corredores Infernales, el de la moto de cuatro ruedas.

Empecé a alcanzarle pero consiguió entrar primero en la calle estrecha, por lo que era casi imposible que pudiese adelantarlo. Mi única oportunidad sería cuando llegásemos a la señal.

Estaba pensando miles de posibles adelantamientos cuando escuché un extraño ruido detrás de mí seguido de un fogonazo. Después de esto escuché uno golpe seco y unas piezas de chatarra volaron por encima de mi cabeza. Ya habían comenzado a hacer trampa, antes de lo normal. Eso solo significaba que querían conseguir el premio como fuese. Pero yo no se lo pensaba dejar tan fácil, yo necesitaba el premio.

Cuando estábamos a punto de salir de la calle decidí que era hora de usar uno de mis trucos. Había estado esquivando todas las cosas que estaba “dejando caer” el que llevaba delante y también las que me lanzaba el que tenía detrás. Entonces saqué un botecito y lo abrí. Unos polvos se esparcieron por el aire. Si el de detrás no llevaba protección en los ojos no podría ver hasta pasados veinte minutos. Por desgracia sí que llevaba. Aún así, esto le hizo frenar un poco.

Acto seguido lancé unos trozos de metal afilados como dientes de dririon del norte. Sí, ya sabéis. Esas bestias salvajes de pelaje grisáceo y hocico alargado, que suelen ir en grupos de diez y como te encuentres con ellos más vale que corras o acabarás mal.

El que llevaba atrás aún estaba maldiciéndome por los polvos que eché y apenas vio los pinchos. Giró en el último momento pero un par de ellos lograron clavarse en la rueda trasera y está rápidamente se quedó sin aire.

La moto empezó a dar tumbos hasta que el motorista saltó y la moto salió rodando hasta que chocó con cualquier cosa y empezó a arder. Para entonces yo ya había girado en la señal y comenzaba a acercarme al primero. Más adelante la calle empezaría a estrecharse, por lo que no tenía mucho tiempo.

El otro corredor comenzó a lanzar todos sus trucos, pero los esquivaba sin problemas. Pero entonces sacó un arma de descargas. Por supuesto que no estaban permitidas, pero en esa zona no había vigilancia. Si una descarga de las que lanzaba alcanzaba mi moto freiría los fusibles y no podría acabar la carrera. Comencé a acercarme pero manteniendo una distancia considerable. Entonces pulsé un par de botones y un arpón salió de la parte frontal de mi moto y se clavó en la moto que tenía delante. Comencé a frenar y acelerar hasta que el otro corredor tuvo que dejar su arma y estabilizar su moto.

Pulsé otro botón. La cuerda que salía de mi moto se soltó. Aceleré y adelanté al otro motorista. Atravesé la calle del mercado a gran velocidad y llegué a la otra señal. Giré y pude ver que la otra moto comenzaba a acercarse. Decidí no pensar demasiado y acelerar hasta que cruzase la línea de meta. Pero cuando estaba a punto de llegar una descarga me pasó rozando. Conseguí esquivar otra pero tenía que recuperar el equilibrio. Y entonces me alcanzó una tercera.

Me dio en la parte trasera de la moto, consiguió destrozar la rueda y mi moto comenzó a elevarse por la parte de atrás. Entonces vi que los sistemas comenzaban a apagarse. Quité todos los frenos y aceleré todo lo que pude hasta que mi moto se apagó, literalmente. Pero entonces otra descarga volvió a golpear mi vehículo, y esto destrozó la parte de atrás y mi pantalón quedó hecho trizas. Aún así este fue el empujón que necesitaba. Logré cruzar la línea de meta antes que el otro motorista, pero no conseguí parar mi moto. Acabé saltando y vi mi moto dar vueltas y estrellarse contra un obstáculo. Lo siguiente fue un montón de chatarra y varias personas acercándose. La primera era Mark. Todo empezó a nublarse y comencé a cerrar los ojos. Las voces empezaron a alejarse. Pero entonces me acordé de algo.

No podía desmayarme. Me levanté de un salto y fui directo a los restos de mi moto. Comencé a buscar desesperadamente entre los trozos de metal humeantes hasta que la encontré. Una caja metálica. Entonces me agaché, la abrí y saqué mis preciados auriculares. Apenas me los había puesto cuando Mark me dio una cajita de cartón, me agarró del brazo indicándome que le acompañara.

-No te aconsejo que te quedes ahí mucho rato- me susurró.- Los Corredores Infernales van a enfadarse mucho.

-Bueno, que se enfaden- dije sonriendo.- En cuanto tenga listo eso me voy a marchar.

Mark me sonrió pero sus ojos reflejaban una profunda tristeza. Seguimos el resto del camino hasta el taller sin hablar. Cuando llegamos encontramos el taller vacío. Aún así comenzamos a trabajar.

Parecía que lo habíamos ensayado todo. Yo comencé a montar cuidadosamente unas piezas y Mark me iba pasando herramientas y varios componentes. Uno de los últimos fue el que estaba dentro de la caja de cartón. Era mi trofeo. Aunque no lo creáis, gané la carrera. Si el piloto, y parte de su vehículo, cruza la línea de meta el primero y sigue vivo para contarlo, gana la carrera. Además de que los “jueces” vieron al otro motorista usando un arma prohibida en las carreras. Mis trucos no estaban prohibidos, me los aconsejó Mark. En la caja había una pantalla muy fina. Era la única pieza que me faltaba y era muy difícil de conseguir.

Como Mark era uno de los encargados de preparar las carreras, eligió esa pieza como trofeo. Era una pantalla genial, no creo que en la ciudad se pudiese encontrar algo mejor. Aunque no lo parezca, en los suburbios podías encontrar cosas mejores que en la ciudad, no de una manera muy legal, pero mejores.

Coloqué la pantalla con cuidado, un protector transparente de plástico resistente encima y le puse la carcasa. Por fin acabé mi gran proyecto. Parecía un brazalete a simple vista, pero era todo un ordenador. Tenía algunas piezas muy buenas, aunque otras tendrían que cambiarse en el futuro por algunas de mayor calidad. Cuando lo encendí mí cara se iluminó de alegría. Lo programé en unos minutos y lo sincronicé con mis auriculares. Al cabo de diez minutos ya tenía música suficiente para un largo viaje, así como acceso a varios mapas que podían ser de gran ayuda. También conseguí unos programas para tener acceso a algunos satélites que podrían serme de ayuda, como meteorológicos y algunos comerciales. Tenía un mecanismo que hacía que se ajustase al brazo, además de tener una almohadilla para que no me hiciera daño al llevarlo puesto.

Se lo enseñé a Mark y le di un abrazo.

-Muchas gracias, de verdad- le dije con un hilo de voz.- Sin tu ayuda no lo hubiera conseguido.

-No, gracias a ti por trabajar aquí. Nos has enseñado mucho. Espero que te vaya bien a donde vayas y procura hablar bien de mí.

-Quería pedirte un último favor. Quisiera ponerle el emblema del taller- dije mientras levantaba mi invento.

Mark asintió y se giró a buscar las cosas necesarias para grabar el emblema, pero yo sabía que estaba llorando. Pasados unos minutos salí del taller y me dirigí a las afueras de los suburbios, donde vivía.

Vivía en un pequeño campamento. Fue donde me acogieron nada más llegar y decidí quedarme allí. Además de que allí estaba al que había sido como un segundo padre para mí.

-Hola Ben- dije sacudiendo el brazo izquierdo con mi brazalete en él.- ¿A que no sabes quién ha ganado hoy una carrera?

Un hombre de más de cincuenta años, con el pelo largo y canoso y la barba descuidada se giró y una sonrisa apareció en su rostro al verme.

-Me alegro mucho, joven Tim. Pero me temo que eso sólo significa una cosa. Llegó el momento de tu partida.

El viejo Ben me ayudó cuando llegué herido y hambriento. Me curó mi mano y me enseñó todo lo que sabía de esgrima y a ejercitar mi mente. Me consiguió ropa nueva y cosió algunas partes de mi chaqueta. También me introdujo en el mundo de la mecánica.

-Ni se te ocurra perderlo- me dijo señalando a mi guante derecho.- Me costó muchísimo conseguir ese milthium, y mucho más recubrir el interior.

El milthium era un mineral que tenía unas propiedades similares al acero, excepto que podía ser moldeable como la tela, aunque era una técnica muy antigua según me dijo Ben. Otra de sus características que lo hacían especial era que servía como aislante para las partículas de magia. Por ejemplo, si te encuentras en una habitación cerrada hecha con este material, las partículas de Roht, como decía Ben, del exterior no se veían afectadas.
Según entendí, mi herida no cicatrizaba por culpa de esta magia, ya que mi organismo interactuaba con ella. Una vez cicatrizó, gracias a los cuidados de Ben, siempre me dolía. Algunas veces el dolor era tan intenso que me desmayaba o enfermaba durante un par de días. Pero al tener bajo el guante una capa de mithium mi herida no me dolía apenas y la magia de mi alrededor no se veía afectada tampoco. Yo en aquel entonces no entendía casi nada. Pero el solo oír que mi cuerpo atraía la magia hacía que mi cuerpo se inundara de alegría y emoción.

-¿Sabes si Brand va a acompañarme?- le pregunte al anciano.

-Creo que el joven Brandom va a decidir comenzar su aventura junto a ti.

-Pues yo creo que no le caigo nada bien- dije haciendo una mueca.

-No hables sin saber, joven Tim. Eres como un...

-Un incordio- la voz sonó detrás de mí.- Eso es lo que eres.

Brand apareció entre la oscuridad. Era un chico dos años mayor que yo y demasiado alto para su edad, además de corpulento. Tenía la piel más oscura que la mía y el pelo negro y muy corto. Llevaba una camiseta oscura de manga larga y unos pantalones claros, aunque un poco gastados. A la espalda llevaba una gran mochila bien ajustada. Además llevaba sus brazaletes metálicos que le cubrían desde la muñeca hasta la mitad del antebrazo. Les tenía tanto aprecio como yo a mis auriculares.

-Hola Brand- le dije con una sonrisa en la cara.- Veo que ya te has enterado de que nos vamos esta noche.

-Después del numerito que has montado en la carrera no te queda otra. Yo solo voy porque el viejo me lo ha pedido.

Vi que Ben comenzaba a sonreír.

-¿Me has visto en la carrera?- se me iluminó la cara cuando lo dije.

-Para nada- contestó Brand serio.- Lo he escuchado por el mercado. Tenía que comprar unas últimas cosas. ¿Tú tienes todo listo?

-Por supuesto- dije mientras levantaba una especie de maletín de cuero cerrado con una correa bastante larga.

Brand me hizo un movimiento con la mano para que le siguiera. Cuando me levanté, Ben me agarró del brazo.

-Adelántate, Brandom- dijo seriamente.- Tengo que hablar con Tim un momento.

Brand asintió y comenzó a avanzar. Yo me volví a sentar, esperando expectante lo que tenía que decirme.

-¿Vas armado, Tim?- preguntó Ben tras pensarlo un poco.

-Llevo mi pistola para soldar- dije tras pensar un rato.- Y algunas herramientas pueden servirme.

La pistola para soldar era un aparato que hice en los primeros años que estuve en los suburbios. Tenía la forma de una pistola, aunque sin cañón. Tenía un pequeño cuadrado con algo parecido a un círculo que sobresalía. Cuando apretaba el gatillo, la pistola liberaba una gran cantidad de energía en forma de calor. Si la apoyaba sobre una plancha de metal, la parte sobre la que disparase se deformaría adoptando esa forma circular. Si colocaba otra chapa debajo ambas dos quedaban soldadas. Por eso le di ese nombre.

-Eso no es un arma en condiciones- dijo mientras se giraba y cogía un objeto alargado envuelto en un paño.- Esto sí es un arma en condiciones.

Entonces retiró el paño y mostró una espada. Yo recordaba esa espada. Ben me pidió que la arreglase poco después de que nos conociésemos.

La vaina era de cuero negro y la punta tenía un protector metálico, se lo puse porque tuve que cortar la vaina ya que quedaba muy grande. El mango no era muy largo y el guardamano sobresalía un poco de la empuñadura y luego bajaba en oblicuo hasta sobrepasar el pomo. La hoja era negra, solo tenía un filo y no era muy larga. Podía tener cinco centímetros de ancho pero no era muy gruesa. Al acabar el mango había una chapa que había puesto yo. La primera vez que la vi estaba partida en dos. Ben me pidió que uniese las dos partes y por eso tuve que ponerle un refuerzo. Este refuerzo era de milthium. Ben insistió mucho en ese detalle.

-Esta es tu espada- me dijo ofreciéndomela.- Hiciste un buen arreglo, aún sin saber que finalmente sería tuya.

Yo la cogí sin saber que decir. Ben me había contado una vez que aquella había sido su espada y que una vez estuvo encantada. Desde entonces yo quise tener un arma encantada y siempre le pedía a Ben que me hablase de lo que sabía y me contase historias. Pero tener esa espada en mis manos era un sueño que había dejado de perseguir hacía ya algunos años. Aquella noche ese sueño dormido despertó y mi interior comenzó a arder de emoción. No sabía que decir y las lágrimas comenzaron a aparecer en mis ojos.

-Eres un buen chico. Llegarás lejos- me dijo sonriendo.- Ahora debes partir. Debes perseguir tus sueños y no dejes que nadie te los arrebate.

Me sequé los ojos con el dorso de mi mano y abracé al que siempre sería mi maestro.

-Nunca podré agradecerte lo que has hecho por mí, y...- comencé a decir con un hilo de voz.

Ben levantó una mano haciéndome callar. Después me sonrió, era una sonrisa sincera.

-No creo que sea buena idea comenzar tarde tu aventura. Alcanza a Brandom antes de que se aleje más.

Asentí, le saludé una última vez y me alejé.

-Nunca dejes que nadie te detenga- susurró.- Sólo tú eres el dueño de tu destino.

Tardé un par de minutos en alcanzar a Brandom, seguía andando en dirección a Lanins. La ciudad donde estaban las oficinas del Cuerpo de Cazarrecompensas. Íbamos a convertirnos en cazarrecompensas. O eso creíamos cuando dejamos Alhenrir.